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«No me voy ni amarrada»
Muchos de los 120 vecinos de la zona de la Tacita de Plata rechazan la intención municipal de tirar estas viviendas para construir nuevos pisos
| CÁDIZ Actualizado: GuardarMuchos de ellos nacieron allí o llegaron a los pocos años, es decir, que no han conocido otra casa. La zona de la Tacita de Plata y Virgen de la Luz -situada justo a la espalda del hospital Puerta del Mar- está conformada por cinco bloques de viviendas, de propiedad municipal. Son en total 120 vecinos. El terreno, que pertenecía a los hermanos Sacaluga y a los duques de Medinaceli, fue adquirido por el Ayuntamiento en 1927. «A cinco pesetas el metro cuadrado», explica Andrés Álvarez López, presidente de la asociación de vecinos Tacita de Plata, que ha ido recopilando los datos.
Fueron en total 24.852 metros cuadrados y las obras comenzaron en 1935. Las viviendas se sufragaron con las horas extraordinarias que hicieron los trabajadores de Aeronáutica y Astilleros, por mandato de Queipo de Llano y se entregaron en un ceremonia en el Falla que presidió el general franquista.
La mayoría de los que se trasladaron a esas casas nunca se movieron de allí y hoy son sus hijos y en algunos casos los propios beneficiarios los que continúan ocupándolas. Siguen pagando el alquiler -32 céntimos de euro- al Ayuntamiento. El equipo de Gobierno, que el miércoles se reunió con representantes de estos vecinos, les habló de la posibilidad de acceder a la propiedad de las viviendas, porque los contratos ya no se pueden subrogar y además, no existen escrituras de propiedad.
Muchos de ellos no quieren salir de sus casas, ni siquiera a otra de las mismas dimensiones y nueva. El sistema sería igual que el que ha hecho el Ayuntamiento en la zona de García de Sola o la Junta en el Cerro del Moro: se realoja a los vecinos, se tiran los bloques, se construyen los nuevos y regresan después. «No me quiero ir ni amarrada», dice Ana Torres Salgado, de 75 años, que llegó a la casa siendo una niña. Para ella, salir al patio «es una alegría y no me veo yo en un piso en lo alto». Su vecina, Pilar, esposa de Andrés Álvarez, asiente. Tampoco ella quiere dejar su casa, a pesar de que en los meses de invierno es fría porque no entra mucha luz y el salón es minúsculo. «Yo llegué con 10 meses y estoy muy bien aquí». Su preocupación es que les cambien la casa por otra con un solo dormitorio, ahora que viven solos (sus cuatro hijos ya se independizaron). «Si cae uno malo y tienen que venir a cuidarnos, ¿dónde van a dormir?», se pregunta.
Para Andrés y para Pilar y para la mayoría de los residentes el patio, que cuidan entre todos los vecinos, es un orgullo. Ellos mismos hicieron una reparación en 1978 más otra que se llevó a cabo con una ayuda de la Junta en 1991. «Este es el único lugar de Puertatierra en el que en verano huele a jazmín y dama de noche», dice Andrés sin ocultar su orgullo.
María Quiñones, pese a ser de otra generación, tampoco quiere marcharse. «Aquí han nacido mis tías y mis hijas y no quiero dejarlo», sostiene mientras ofrece sentarse en su salón recién remodelado. Su hija ya no tiene tanto arraigo y comenta que aunque tiene muchos recuerdos, tampoco quiere quedarse allí para siempre.
Lo que la mayoría lamenta es haberse enterado de lo que disponía el PGOU para sus casas por la prensa. «He cumplido 75 años y vine con cuatro; yo quiero saber cuál va a ser nuestro destino», dice Juan Barrios, vecino de Virgen de la Luz, el patio contiguo a la Tacita de Plata. Barrios asegura que él no puede adquirir su casa y tampoco los dos hijos solteros que viven con él y están en el paro. «El 80% de los que vivimos aquí no podríamos comprarlo», asegura.
A precios bajos
Y eso que el precio está muy alejado no sólo del mercado de vivienda libre, sino del de VPO. «Aquellos de enfrente se vendieron hace pocos años por 18.000 euros y tienen la mitad de años», explica el presidente de La Tacita de Plata. Pero «muchos de los vecinos de aquí tienen pensiones de 300 o 400 euros», agrega.
Según Álvarez, la alcaldesa se ha comprometido a ir al barrio para aclarar las dudas de los vecinos. «Hay algunos que tienen miedo, no me creen, por eso le he pedido que venga ella», comenta Andrés Álvarez.
No todos se niegan a los cambios. «Yo lo tiraba hoy mismo», sostiene Luisa Horrillo, otra vecina de Virgen de la Luz que llama a la periodista desde su ventana. «Esto está minado de bichos», resume esta mujer mayor, que ocupa una de las viviendas más grandes de la zona.
mcaballero@lavozdigital.es