Sí a la vida
Actualizado:El día 25 de marzo tiene para los cristianos un significado especial. Se celebra la Fiesta de la Encarnación. Un misterio mediante el cual el mismo Dios tomó la Naturaleza humana, para hacerse exactamente igual a nosotros, excepto en el pecado, y redimirnos; es decir, saldar la deuda que el género humano había contraído con Dios, por la desobediencia del Paraíso. Pero además tiene un significado añadido, es el Día internacional de la Vida, oportunamente instaurado para llevar a la conciencia de la sociedad que la vida es sagrada, que la vida nos la ha dado Dios a través de nuestros padres, a quienes constituyó en colaboradores suyos para transmitirla. Seguimos siendo, creados por Dios a través de nuestros padres, mediante un acto de amor, a su imagen y semejanza. Preocupa a los cristianos en general, el observar cómo la sociedad se va apartando de lo que creemos son los designios de Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Hay quienes consideran que lo que podríamos llamar la verdad es el resultado del consenso y no de la adecuación de la inteligencia a la verdad objetiva. Los puntos de vista sobre la vida y sobre el mundo, se han multiplicado de tal forma que hacen difícil la búsqueda de su sentido, desembocando en un estado de escepticismo o indiferencia. Se ha llegado a convencer al hombre de que es dueño absoluto de sí mismo y, por tanto, puede decidir sobre su destino y su futuro confiando solo en sus fuerzas. En definitiva, el hombre se ha apartado de Dios y al no tenerle en cuenta, va a la deriva. Se quiere constituir en creador cuando solo debe ser administrador y descubridor de los bienes y capacidades que Dios le ha dado. Consecuencia de esto es el no darle importancia a los valores (que el cristiano llama virtudes) que se deben hacer crecer en la sociedad: fortaleza, templanza, justicia, respeto al propio cuerpo y al del prójimo, etc. Y se cae en incoherencias como rechazar tajantemente la pena de muerte y aceptar la posibilidad de suprimir la vida al embrión, que por muy pocos días que tenga, ya tiene vida y todas las potencialidades que va a desarrollar a lo largo de su existencia; o «comprender» que haya alguien que decide poner fin a su vida o a la de otro, porque considere que en esas condiciones no existe una vida con la dignidad necesaria para seguir con ella. La vida, creemos que es sagrada desde el momento de la concepción hasta la muerte natural y, por tanto, intocable. Sin embargo, se pretende mediante una Ley, votada por mayoría, promulgar el derecho de alguien a decidir si ese ser, que tiene otra apariencia física y no forma parte del cuerpo de la mujer, sino que está dentro de ella para sobrevivir (lo mismo que el recién nacido, por ejemplo, necesita que se le dé de comer y se le cuide para seguir con vida), merece seguir viviendo o no. En otro momento, se considerará cuando una vida es digna y merecedora de respeto y cuando no, en vez de poner los medios para que tenga la dignidad que alguien o algunos decidan debe tener. A eso, además, algunos llaman progreso. El cristianismo no impone ninguna idea, sólo propone. Y es misión de todos los que nos identificamos con esa doctrina salvadora de Cristo, llamar la atención y hacer ver a la sociedad en que vivimos que hay situaciones graves que nos apartan del camino que Dios quiere para todos los hombres, creyente o no (La fe es un don que Dios da a quien le busca con sincero corazón). Por eso, la Iglesia como Pueblo de Dios (laicos y jerarquía), no puede aceptar la manipulación de las conciencias, por parte de quienes quieren evitar todo lo que signifique responsabilidad y asumir las consecuencias de nuestros actos.
En definitiva, no debemos permanecer silenciosos ante situaciones que, además consideramos son nocivas para la sociedad. Debemos ser contundentes en la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, al menos con la misma fuerza que los que propugnan otras situaciones que van en contra de ella. Digamos un sí rotundo a la vida y levantemos nuestra voz, para que la sociedad que parece estar alienada o adormecida, se dé cuenta de que vamos por el camino equivocado.