Dobles víctimas
Actualizado: GuardarE l asesinato ayer en Gernika de una mujer, Izaskun Jiménez, a manos de su marido y en presencia de dos de sus hijos, la mayor de los cuales resultó herida de gravedad, no sólo no debe ser asumido como un crimen más que sumar a la insoportable lista de víctimas mortales que no logra aminorar la acción de las instituciones. Constituye una dramática evidencia del destrozo que provoca el machismo más letal tanto en las mujeres que lo soportan como en su entorno más próximo, el de los hijos que se convierten también en las víctimas de los malos tratos. El homicida de Gernika carecía de denuncias en su contra, pero ésta es una realidad recurrente: en el 80% de los asesinatos registrados el año pasado, no existía constancia previa alguna de agresiones o de situaciones de acoso que pudieran llevar a pensar en un desenlace luctuoso. Tan elevado porcentaje revela la perpetuación de un manto de silencio que pone en peligro también la seguridad de los hijos; y que otras se alargaporque las mujeres se resisten a denunciar con la confianza equivocada de que su sacrificio ampara al conjunto de la familia. Sólo en 2008, la realidad subterránea de la violencia doméstica se cobró la vida de 15 menores.
El asesinato de Izaskun ha coincidido con el de otra mujer en Castellón, cuyo agresor ya había sometido a malos tratos a su primera esposa. El hecho de que el homicida persistiera en su obcecación hasta acabar matando subraya las carencias del sistema institucional pero también de la propia sociedad para detectar, prevenir y evitar dramas que deberían remediarse. Pero la trastienda de esta tragedia, en la que aparece un hijo del asesino condenado a su vez por haber degollado a una compañera de trabajo de su mujer, alerta con toda crudeza de los riesgos que puede comportar la convivencia con el maltrato; de las secuelas irreparables que puede sembrar incluso si las víctimas logran sobrevivir y distanciarse de quien las amedrenta. La posibilidad de que esos riesgos se impongan más allá de la agresión apela para que los programas integrales contra la violencia doméstica no descuiden ni la atención inmediata a los hijos, ni el desvalimiento que puedan padecer.