La eterna juventud de 'Fígaro'
Se cumple el bicentenario de Mariano José de Larra, figura del Romanticismo español y padre del periodismo moderno
Actualizado:Paladín liberal, héroe romántico y para muchos fundador del periodismo moderno en España, Mariano José de Larra nació en Madrid hace doscientos años, en la mañana del 24 de marzo de 1809. Lo hizo en la Real Casa de la Moneda, donde trabajaba su abuelo. Cuentan las crónicas que no lloró al nacer, lo que al parecer era considerado en la época un buen augurio. Visto desde la perspectiva que otorga el tiempo, el suceso se nos antoja algo más sencillo: el niño se reservó las lágrimas para los veintiocho años escasos que pasaría en el mundo.
Larra nació en un país pobre, ignorante y oscuro que se había levantado en armas contra el invasor francés. No eran buenos tiempos para ser hijo de un médico progresista e ilustrado que temía menos a José Bonaparte que a Fernando VII. En 1811, el padre del escritor solicitó la plaza de médico en el Ejército francés, lo que le llevó a enfrentarse a parte de su propia familia. El doctor se movilizó con las tropas de Napoleón y, tras la derrota de los Arapiles, llegaron para él el repliegue, la retirada y el exilio junto a su mujer y su hijo. Con cuatro años, el pequeño Larra estaba interno en un colegio de Burdeos, conociendo de primera mano algunos de los sentimientos que le acompañarían el resto de su vida: la soledad, la incomprensión, el desarraigo.
Sin duda, Larra fue un hombre solitario, rebelde e inadaptado. También fue uno extremadamente brillante. Su primer biógrafo, su tío Eugenio, se apresuró a poner por escrito los logros de aquel muchacho que, desde niño, pareció vivir con prisa: «Al año y medio empezó a aprender a leer y a los tres años ya leía perfectamente. Pasó a Francia con sus padres en el año 1813 y a los cinco años hablaba y escribía en francés correctamente, lo mismo que en español. A los nueve años empezó a estudiar la gramática latina y a los once el griego. A los doce años tradujo La Iliada de Homero, a los dieciocho compuso una oda en alabanza de los artistas españoles más distinguidos (. ) A los diecinueve años empezó a publicar un periódico muy erudito y mordaz, satirizando las costumbres madrileñas, con el título de Duende Satírico, que suspendió al año y medio de su publicación porque algunas personas de valimiento que se creían satirizadas en él, interpusieron su influjo con el gobierno para que mandase suspender su publicación, y lo lograron».
Larra volvió a Madrid con nueve años, hablando más francés que español. Realizó estudios hasta los diecisiete, fue alumno de la Universidad de Valladolid y del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid. Durante su estancia en Valladolid, se enamoró de una mujer mayor que él y terminó descubriendo que era la amante de su padre. Nunca tuvo suerte en el amor: no suelen tenerla los corazones románticos. Con veinte años, se casó con una joven de buena familia, Josefa Wetoret Martínez, con la que tuvo dos hijos.
El matrimonio fue un fracaso y años después Larra reflexionaría sobre el asunto en uno de sus artículos más conocidos, Del casarse pronto y mal: «Aquella amabilidad de Elena es coquetería a los ojos de su esposo; su noble orgullo, insufrible altanería; su garrulidad divertida y graciosa, locuacidad insolente y cáustica; sus ojos brillantes se han marchitado, sus encantos están ajados, su talle perdió sus esbeltas formas, y ahora conoce que sus pies son grandes y sus manos feas; ninguna amabilidad, pues, para ella, ninguna consideración. Augusto no es a los ojos de su esposa aquel hombre amable y seductor, flexible y condescendiente; es un holgazán, un hombre sin ninguna habilidad, sin talento alguno, celoso y soberbio, déspota y no marido...»
Misántropo
Larra comenzó su carrera literaria asistiendo a tertulias con su amigo Espronceda, ingresando en sociedades más o menos revolucionarias y garrapateando versos juveniles. Poco después publicó su propia revista, la efímera El Duende Satírico, y descubrió cuál sería una de sus más poderosas armas literarias: la ironía. Pese a la inestabilidad de la prensa de la época y la presencia constante de la censura, Larra vivió de su pluma desde los veinte años. Fue crítico y autor teatral, trabajó para La Revista española y El español. Antes de morir, era el periodista mejor pagado del país. Su más reciente biógrafo, Jesús Miranda de Larra, ha calculado que llegó a ganar el equivalente a 14.000 euros mensuales. En su última época sus artículos eran tema de conversación en todos los rincones de Madrid. Aquel hombre de escasa estatura, mirada triste y porte de dandi byroniano fue el periodista más admirado y temido del país.
Sus artículos, muchos escritos bajo el seudónimo de Fígaro, Larra podían ser afilados, desopilantes, ácidos o melancólicos. Cargaba contra la ignorancia y el miedo, contra el autoritarismo y las bayonetas, contra el casticismo y la irresponsabilidad. Su pensamiento era progresista y racional, muy influido por la cultura europea. Fue un misántropo lleno de ingenio, un patriota desesperado y un reformista empeñado en que su país abandonase el amor por las cadenas y apostase por la modernidad. «Libertad en política, sí», escribió. «Libertad en literatura, libertad por todas partes».
También fue un prosista excepcional. Poseía una expresividad enérgica y festiva y una mirada capaz de atravesar un muro de piedra. Supo atrapar como pocos el espíritu de su época y su diagnóstico del alma española es de una perfección tan pasmosa que todavía sigue vigente. Basta leer artículos tan conocidos como Vuelva usted mañana o La diligencia, para llegar a esa conclusión que tantas veces se murmura frente a las páginas de Larra: «Parece que está escrito ayer».
Recordado
Un crítico tan exigente como Clarín decretó que era el primer escritor de su tiempo. Azorín estudió con gran inteligencia su obra y vio en él a una especie de Beaumarchais español. Ramón Gómez de la Serna celebró fantasmagóricos banquetes en su honor en Pombo. Alberto Insúa lo situó, junto a Ángel Ganivet, como el santo patrón laico del 98. Luis Cernuda depositó unas hermosas violetas en su tumba. Buero Vallejo le dedicó su obra La detonación. Francisco Umbral analizó su dandismo y le escogió como ascendente. Pocos escritores han sido capaces de permanecer vivos a través de las generaciones. Su rastro llega hasta los mejores columnistas del momento y nos hace pensar que Larra es, en cierto modo, nuestro contemporáneo.
Y, sin embargo, el prodigio duró apenas veintiocho años. Todo terminó de un modo apasionado y excesivo: fue un auténtico derroche. La historia es conocida. La noche del 13 de febrero de 1837 Larra se citó en su casa con su amante, Dolores Armijo. El escritor esperaba una reconciliación y, en realidad, la mujer sólo quería que le devolviese sus cartas, para dar por finalizada definitivamente su tormentosa relación. Cuando la mujer abandonó la casa, Larra se disparó un tiro en la cabeza. Su hija Adela encontró el cuerpo. Como si se tratase de una escena diseñada por el propio Larra para hacernos ver cómo es España, en su entierro el joven Zorrilla se subió a la tumba, echó unos versos tremebundos («Ese vago clamor que rasga el viento / es la voz funeral de una campana») y se hizo famoso al instante.