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En la búsqueda de la igualdad
Khadija, Rachid y Najat dejaron su vida en Marruecos para encontrar un trabajo y una mejor calidad de vida en la provincia
Actualizado: GuardarPuede que a simple vista parezca un comercio de los múltiples que salpican la ciudad. Muchos objetos se agolpan en las estanterías, aunque en otra época todos estaban marcados bajo un mismo precio, 100 pesetas. Ahora todo es a partir de un euro, y eso con suerte.
Mirando entre las estantes uno se encuentra con una cara amiga, siempre con una sonrisa Khadija atiende a los clientes de su bazar. El velo que cubre su pelo y sus rasgos la delatan pero la dulzura con la que habla y atiende dejan escapar que es de nacionalidad marroquí. Cuando se le pregunta por su nombre, sin reparos muestra su DNI y lo ofrece para quedarse con todas letras, Khadija Ridaoui. Lleva en la provincia desde los 18 años y aunque no hace falta preguntarle por el tiempo que lleva residiendo en la ciudad ya ha logrado formar su propia familia. Llegó con sus padres en busca de trabajo, ella trató de estudiar pero los libros nunca fueron su fuerte. Mientras, su padre continuaba con la venta de objetos tal y como lo hacía en una localidad próxima a Casablanca, su ciudad natal.
Al preguntarle por su país, por Marruecos, los ojos le brillan recordando los aromas, los lugares que recorrió siendo una niña y las amistades que dejó en el camino. Está muy a gusto en la ciudad, pero su tierra le tira mucho. «Añoro todo de mi casa, las comidas, la gente, los paisajes, es difícil quedarse con una sola cosa». Khadija va cada que puede a visitar su tierra, sobre todo para que sus hijas, que han nacido en España, puedan disfrutar de sus orígenes. «Mis hijas están todo el día pidiendo que las llevemos a Marruecos, ellas quieren ir porque todas sus amigas van con frecuencia, aunque nosotros, por el negocio, vamos menos. Tenemos que cerrar o dejar a alguien a cargo de la tienda. Pero cada vez que podemos nos escapamos durante una semana para disfrutar de Marruecos».
Trabajando en el campo
Sin salir del barrio y a escasos metros se encuentra Rachid Souaidi, él también es marroquí y vino a España con la ilusión de trabajar en el campo y salir de la precaria situación que tenía en su tierra. Dejó allí a parte de su familia y se vino para Valencia con dos hermanos. «Me vine con un contrato para trabajar en el campo y cuando pude me vine para Cádiz porque en Valencia y Albacete no estaba a gusto, allí me miraban mal y me insultaban. En Cádiz no me pasa eso, aquí me siento como en casa».
Otra muestra de lucha por la supervivencia es la historia de Najat Feriani. Actualmente reside en Jerez en una casa de a penas quince metros cuadrados que se cae a pedazos junto a su marido, Bouchta. Con tan solo 38 años y ya dos críos en el mundo trata de encontrar una vivienda en la que poder vivir junto a su familia. Lo poco que tiene resplandece como un tesoro y lo único que le preocupa es curar a su hija mayor que padece una deficiencia cardíaca.
No han sufrido nunca una agresión aunque, como apunta Khadija, «veo en sus ojos la desconfianza y el temor». Han recibido insultos y desplantes pero ellos continúan pensando que es posible un cambio y que tarde o temprano nada les diferenciará del resto y podrán continuar su vida como hasta ahora, integrados en una sociedad que les ha dado todo lo que necesitan para vivir.