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TRIBUNA LIBRE

José Luis Romero Palanco

Tristísima tarde la de ayer en Bérgamo (Italia). La primera noticia me la ha dado Eloísa, mi mujer, al salir de mi clase en el viejo edificio de la Universidad: José Luis Romero, nuestro queridísimo amigo, acaba de morir de un fulminante ataque al corazón. La parte más sensible del ser humano y más si es de un ser humano con un corazón tan grande como el suyo. No he conocido persona más inteligente y brillante, y no por eso más sencilla y amable. Conviví con él ocho largos e inolvidables años -desde septiembre de 1986, mes en el que tomé posesión de mi cargo de vicerrector de Extensión Universitaria, junto con el equipo que él había formado para cumplir su primer mandato electoral, hasta enero de 1995, en el que fuimos los últimos en abandonar el gaditanísimo caserón de calle Ancha 16-. Ganó dos elecciones a rector y creo que no me equivoco si digo que hubiera seguido ganando elecciones si los Estatutos de la Universidad, de los que él mismo fue uno de sus más destacados ponentes y redactores, lo hubieran permitido.

Manuel José Ramos Ortega
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Su llegada a nuestra, por aquellos años, todavía balbuciente Universidad fue, si no recuerdo mal, en el curso 1983/84. Llegaba de la Universidad de Cantabria precedido de una bien ganada fama de jovencísimo catedrático de Medicina Legal y brillante universitario. Desde el principio empezó a hacerse notar en los claustros -todavía constituyentes- su carácter dialogante y su espíritu conciliador. Se intuía y casi se deseaba que aquel joven profesor llegara a ser el próximo rector de la Universidad de Cádiz. Se necesitaba a una persona joven y con capacidad de trabajo que, como suele decirse, llevara la Universidad en la cabeza y más que en la cabeza, José Luis la llevaba en la sangre. Todos los componentes del primer equipo de gobierno -Juan Gibert, Guillermo Martínez Massanet, Diego Sales, Carmen García Vázquez, Sara Acuña y yo mismo- fuimos testigos directos y privilegiados de su manera de vivir (en) el Rectorado. Pues su horario de trabajo no tenía límites. Era el último en marcharse del edificio de la calle Ancha. Cuando tenía clases en su Facultad de Medicina de la vecina Plaza de Fragela - pues nunca quiso dejar de impartir su docencia- volvía de nuevo a su despacho de rector para seguir trabajando. Lo he visto repasar sus clases en el automóvil conducido por nuestro entrañable Joaquín Bulpe, mientras que, a la vez, desde el teléfono del automóvil, resolvía cualquier problema surgido en el transcurso de su jornada. Los claustros y las juntas de gobierno eran moderados, gracias a su mano experta, con eficacia y claridad. No se perdía el tiempo en absurdas ni bizantinas discusiones, sino que, después del consiguiente debate, los diferentes puntos del orden del día se votaban sin mayor problema. Se legisló mucho, se aprobaron muchos estatutos de centros y departamentos. Bajo su legislatura se discutieron y aprobaron muchos planes nuevos de estudios, se inauguraron nuevas facultades y se empezaron las obras de otros edificios que se inaugurarían bajo las siguientes legislaturas de sucesivos rectores. En definitiva fue el rector que puso las bases de desarrollo y expansión de la UCA, que los siguientes rectores y equipos de gobiernos han ayudado a consolidar. Su obra está ahí y no soy yo el único que puede dar testimonio de ello.

Pero por encima de su brillante carrera como catedrático y rector de la Universidad de Cádiz, quiero dejar mi testimonio personal de amigo y, más que amigo, de hermano, como él gustaba llamar a los que nos honraba con esa consideración. En la tarde-noche en la que redacto estas improvisadas líneas, mientras voy viajando en el tren que me conduce de Milán a Roma, donde mañana tengo que impartir una conferencia, me parece imposible que cuando regrese a Cádiz no vaya a verlo nunca más. Las circunstancias han impedido que haya podido asistir a su funeral, y bien que lo lamento, especialmente por Yolanda y sus hijas, pero de verdad que no sé si debo estar triste o agradecido a la Providencia, porque ahora puedo recordarlo tal como siempre lo conocí desde que llegó a Cádiz. Y sé que me seguirá dando esos abrazos que salían de un corazón tan grande y noble como el suyo. Querido hermano: que la tierra te sea leve.