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Religión, magia y medicina

En un intento de escapar de las definiciones, más o menos sectarias, de religión, podríamos definir tal concepto como una reacción vital del ser humano frente a todo aquello que considera de grave y ulterior trascendencia. Antes incluso de la aparición de las diferentes religiones, la humanidad intentaba dar explicaciones con sus creencias a todo aquello que sobrepasara su pobre existencia. Desde siempre, las explicaciones del por qué de las enfermedades y de la propia muerte pasaban por comprenderlas como un mero castigo divino o atribuirlas sencillamente a influencias demoníacas. La magia, la superstición, la santería, el vudú, el candomblé y la brujería intentan, aún hoy día, dar explicaciones a aquello que excede de nuestro entendimiento. Los límites entre religión y medicina no siempre han estado bien definidos. Los señores de la vida y de la muerte siempre han estado más vinculados a las deidades que a la mera intrascendencia terrenal. Los espíritus malignos como causa de enfermedades han supuesto la etiología más usada en todas las religiones y creencias. Huir de ellas suponía invocar al más allá, desde donde podría venirnos el ungüento sanador. Dios nos envía la enfermedad, y a su vez la curación de nuestros males.

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En el siglo VII, San Isidoro de Sevilla recopila las ciencias de principios de la Edad Media. En el cuarto libro de su obra enciclopédica, que se ocupa de la medicina, concluye que la falta de medida (inmoderatio) perturba el equilibrio de los humores (temperatum) y provoca la enfermedad. Conseguir el equilibrio pasa por aplicar la siguiente jerarquía: la diaeta (modo de vida sano), la pharmaciae (la doctrina de los medicamentos) y la chirurgiae (intervención de los instrumentos). No siempre las religiones han apoyado y alentados los avances científicos. Anquilosadas en tradiciones y creencias siempre se han mostrado herméticas e impermeables a todo lo que pudiera suponer conocimiento y progreso. Hasta bien entrado el siglo XII el estudio anatómico basado en la disección de cadáveres estuvo prohibido por la Iglesia de Rima. Una de las técnicas más usadas para tratar todos los males, durante la Edad Media, fue la «sangría». Los detractores de Pierre Brissot (1478-1522), introductor de la técnica a través de la Facultad de Medicina de París, solicitaron a Carlos V y al Papa León X su prohibición por considerarla que alentaba la herejía luterana. La comercialización, en 1960, de la píldora anticonceptiva como medio fiable de control de embarazo, que concedió a la mujer la capacidad de decidir sobre la natalidad, ha contado siempre con el rechazo inapelable de la Iglesia católica, que aún hoy sólo defiende la «planificación familiar natural». Los avances de la medicina en la ayuda al «buen morir» no cuentan con el apoyo episcopal.

El nacimiento en 1978 de Louise Brown, en Oldham al norte de Londres, la primera «bebé probeta» abrió el debate ético y moral sobre la manipulación en la gestación. Ya es una realidad poder tener bebés seleccionados genéticamente para servir de donantes y curar a hijos gravemente enfermos. Desde el año 2006 la ley permite tal posibilidad en nuestro país que así se ha unido a las legislaciones más progresistas de Estados Unidos, Reino Unido y Bélgica. Los fuertes controles éticos son muy exigentes y requieren informes favorables de la Administración sanitaria de la Comunidad Autónoma y de la Organización Nacional de Trasplantes y la Comisión Nacional de Reproducción Asistida. Una vez más la Conferencia Episcopal ha condenado tal avance. ¿Quiénes serán los pecadores, el padre y la madre, el hermano donante o el hermano receptor? ¿Es condenable que unos padres hagan todo lo posible por salvar a su hijo? ¿Es más ético y moral no pecar al mantenerse impasible ante el dolor y el sufrimiento de un hijo?

Los avances científicos se producen a tal velocidad que requieren unos controles éticos y morales exhaustivos. Las administraciones están obligadas a legislar al respecto, evitando así los vacíos legales que permitan actuaciones «desafortunadas» que resten credibilidad a la comunidad científica. El pronunciamiento, al respecto de estos avances, de la Iglesia católica siempre contará con su total rechazo. No se puede esperar menos, habida cuenta que ha tardado varios siglos en pedir perdón por los «abusos» realizados por la Inquisición.