Hasta pronto
Durante las dos primeras semanas de marzo, el Festival de Flamenco ha transformado de nuevo esta ciudad de nuestros pecados y nuestras alegrías. Otra vez las calles se han llenado de visitantes en tecnicolor que, salvando un primer fin de semana tormentoso, han traído el ambiente de la primavera. Los hemos visto asistir a todos los espectáculos (Villamarta, Compañía, Los Apóstoles, Villavicencio: se los han recorrido todos), a los cursos y a las conferencias. Los hemos observado, ligeros de ropa, en las terrazas del centro, disfrutando de un sol que les extraña y les motiva más que a nosotros. Los hemos oído hablar lenguas extrañas y balbucear con entrega la nuestra. Los hemos encontrado en las tiendas de flamenca, probándose lunares y trajes de volantes. Han compartido con nosotros la copa de vino en la barra encerada de los pocos tabancos que van quedando. Han aprendido a comer nuestras tapas, a bailar nuestra música, a jalear nuestros cantes. Jerez ha sido por ellos «una torre de Babel con fondo de guitarra».
Actualizado:No deberíamos dejarles marchar sin agradecerle cuanto hacen por nosotros. No me refiero a lo que gastan, sino más bien a lo que nos enseñan. Vienen a aprender flamenco y nos dan lecciones de cómo disfrutarlo. Los ves asombrados ante el gesto de una bailaora, queriendo entender las oscuras letras de una soleá o una siguiriya, llorando con un rasgueo de guitarra, y te das cuenta del valor de lo que, a fuerza de conocido, ha dejado de maravillarte. Pero es que además beben jerez con deleite, comen papas aliñás como quien prueba un manjar exquisito, miran nuestras iglesias y nuestras flores con la mirada arrobada del descubrimiento. Y, cuando se marchan, están soñando con el regreso. Que el año se les haga corto y en marzo de 2010 vuelvan a alegrarnos la calle y a recordarnos lo afortunados que somos.