ENMIENDAS AL PARADIGMA

Demasiada euforia cibernética

Asistimos a la multiplicación de las «disfunciones», o efectos no deseados, que se derivan del uso de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC). Los delitos, por no hablar de otras cuestiones, vehiculados a través de la Red son cada vez más numerosos, inquietantes y sofisticados. Van desde la apropiación de datos privados, hasta la difusión de pornografía infantil; desde las ofertas comerciales engañosas, hasta el montaje de oscuras campañas publicitarias basadas en el sensacionalismo y la manipulación informativa; desde el control más refinado de nuestra intimidad, hasta la determinación de nuestros hábitos y conductas más elementales; desde el blanqueo de dinero, hasta el comercio de armas y drogas de todo tipo.

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Paralelamente, proliferan los controles que pretenden garantizar la seguridad en el ciberespacio. Controles que acaban interfiriendo con la libertad real de la gente, mermándose así determinados logros que creíamos ya definitivamente alcanzados, como pueden ser los del derecho a la intimidad, a la privacidad y a la libre circulación de las comunicaciones. En consecuencia, aquel mágico reino de la libertad que veíamos surgir como llovido del cielo, está convirtiéndose inexorablemente en una parcela más de la selva global donde se dirimen las clásicas cuestiones relativas al poder de los unos sobre los otros.

En el ciberespacio, y, en consecuencia, en el espacio real también, todos estamos ya localizados y escrutados: en qué lugar nos encontramos, qué hacemos, qué mensajes emitimos y recibimos Posiblemente conozcan ustedes aquél episodio que acabó con la vida del líder checheno Dudaiev. Lo cuenta Javier Echeverría en su libro Los Señores del Aire. En la guerra entre Rusia y Chechenia, Dudaiev fue aniquilado por un certero misil que bombardeó su casa. Al parecer, el dirigente checheno estaba utilizando su teléfono móvil, cuya señal de conexión con el satélite de telecomunicaciones fue interceptada por los servicios de inteligencia rusos. Una vez localizada su ubicación en el ciberespacio, se envió contra Dudaiev un misil que iba siguiendo automáticamente la señal emitida por dicho teléfono. La ubicación física y geográfica de Dudaiev no era conocida, pero sí su ubicación en el Ciberespacio, porque él mismo la había señalado al telefonear vía satélite. La pista de esa simple acción en una red telefónica fue localizada, permitiendo ubicar a Dudaiev en un punto concreto, situado precisamente al extremo de un determinado aparato inalámbrico. A su vez, otra acción paralela en una red telemática militar orientó al misil hacia el objetivo. No hizo falta acercarse a Dudaiev ni entrar en su refugio para acabar con él.

La moraleja de esta historia perversa es la necesidad de rebajar la euforia cibernética y enfrentar los problemas del ciberespacio con mayores dosis de análisis crítico. Entre la demonización y la euforia, debe haber una actitud serena, realista y racional que nos haga ver la necesidad de gobernar democráticamente el ciberespacio, un ámbito donde, si nos descuidamos, reinará la ley del más fuerte y el mejor armado.