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INTACTA. La orilla de Puente de Hierro se mantiene aún inalterada. / S. S.
SAN FERNANDO

Desde la otra orilla

Los pescadores sin ley abandonan para siempre las casetas y el lugar en el que han pasado toda una vida Los miembros del Club Puente de Hierro se trasladan

SANDRA SALAZAR
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Aunque les hablan de preservar la naturaleza y de cuidar el entorno natural, es una construcción urbana y modernista la que les hace marcharse del lugar en el que crecieron rodeados de barcos de madera fondeados y de casetas de chapa y ladrillo. Seguirán sin perderse ni un sólo atardecer junto al mar, pero el entorno ya no será el mismo.

La futura apertura del Parque de la Historia y el Mar irá acompañada de un proyecto de regeneración y puesta a punto de toda la zona en la que se encuentran las casetas de los conocidos como pescadores de Puente de Hierro. Muchos de ellos disfrutan ya de las condiciones que les ofrece el recién construido Club Náutico Puente de Hierro, sin embargo otros, por falta de dinero o de pantalanes se han quedado fuera.

Las dos orillas

Una frente a la otra y a escasos metros de distancia, las orillas que separan los dos grupos de casetas de Puente de Hierro han sido en muchas ocasiones dos bandas contrarias. Sólo en el papel y en el recuerdo de los pescadores quedarán los antiguos conflictos entre los que seguían las normas que marcaba la mayoría y los que por cuenta ajena, decidían tomar el rumbo que les marcara el viento. En la banda de Parque de la Historia, la mayoría eran socios del Club, y desde que comenzó a gestarse la idea de construir una nueva sede, han ido aportando sus cuotas y diversas cantidades de dinero para hacer frente a los gastos de mobiliario y adaptación de las nuevas instalaciones. Enfrente se sitúa la banda de la Carraca, donde los pescadores sin ley decidieron acogerse a sus propias normas y aguantar mientras fuera posible. Ahora, sobre sus antiguas casetas cuelga un cartel en el que reza una fecha cumplida para desalojar la zona. De este lado, unos 30 barcos se quedan sin sitio, y sus dueños, comienzan a llevarse todas sus pertenencias.

Juan Manuel Gómez, conocido como El Pulga, cuenta que «los que no se hicieron socios del Club no era por simple rebeldía, algunos no tenían dinero para pagar las cuotas, y lo que cogían en el barco lo vendían después, esta es la forma que tienen de ganarse la vida». También se quedan en tierra aquellos que llegaron más tarde. «Son pocos pantalanes y como éste -explica señalando a un hombre de mediana edad sentado a su lado- se han quedado en lista de espera hasta que se construyan más o se queden libres».

El Pulga acude cada mañana y cada tarde con su perro a la banda de la Carraca. Aunque él sí es socio del náutico y allí tiene un almacén disponible y una embarcación nueva, en este rincón lleno de luz, mantiene la caseta y el barco que heredó de su padre. El Manuel II, cumple ya 50 años. «En el Club está prohibido entrar con el perro, que es mis pies y mis manos, y aquí estoy tranquilo, disfruto de la calma, y me despido del lugar donde he pasado toda mi vida, desde que era crío».

Desde la orilla de los pescadores sin ley, se pueden ver los restos de las casetas desalojadas de la banda de enfrente. Los restos esparcidos por el suelo son recuerdos volátiles de lo que la zona fue hace a penas unas semanas. Botas de plástico, salvavidas, redes, e incluso fotos antiguas se encuentran por los improvisados pasillos. «Entendemos que con el Parque de la Historia esto parezca chabolismo y haya que regenerarlo, pero echaremos de menos lo que hemos vivido aquí, yo seguiré viniendo con mi perro», cuenta mientras sobre el suelo que construyeron y bajo un techo de enredadera, mira al mar.

sanfernando@lavozdigital.es