Opinion

Petróleo a la baja

La OPEP ratificó ayer el compromiso adoptado en diciembre para reducir la producción de crudo en 4,2 millones de barriles diarios, lo que supone que el acuerdo se cumplirá íntegramente en un intento de frenar el desplome del precio del petróleo. Pero, al tiempo, sus integrantes han descartado aplicar nuevos recortes al menos hasta la reunión extraordinaria que celebrarán el 28 de mayo, lo que abre un margen para que los países convocados a principios de abril a la cumbre del G-20 impulsen un plan global contra la crisis y para que pueda calibrarse el efecto del mismo en la recuperación de la confianza en las economías mundiales. La contención mostrada por la OPEP refleja una voluntad de no obstaculizar en exceso las medidas de estímulo destinadas a evitar el colapso financiero y el hundimiento en la recesión, cuyos potenciales beneficios se verían amortiguados por un repunte de los precios del crudo. Pero también constata la gravedad de la amenaza que se cierne sobre los países productores, atrapados en una diabólica dinámica: no pueden sostener su crecimiento sobre un coste del barril que ha caído hasta los 45 dólares después de marcar máximos históricos en verano, pero tampoco están en condiciones de endurecer sus posiciones porque ello limitaría las opciones de superar la crisis. Lo cual, a su vez, les perjudica, como viene demostrando la sostenida disminución de la demanda por la menor actividad industrial registrada en todo el mundo.

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La OPEP ha optado por tratar de romper ese pernicioso círculo con el recorte en la producción, confiando en que la medida no sólo contribuirá a estabilizar el precio del barril -un objetivo que se abre paso lentamente-, sino también a reducir el excedente acumulado por los países desarrollados. Pero resultaría un error interpretar los desvelos de la organización como un problema ajeno a quienes siguen dependiendo de la importación de crudo, dados los problemas añadidos que supondría un acusado retraimiento de las economías que basan su riqueza en esta fuente de energía y la imposibilidad de diluir las incertidumbres si el crudo se sigue mostrando tan volátil. La búsqueda de un equilibrio que fuera asumido tanto por la OPEP como por los estados que no son miembros -entre ellos, Rusia- dejaría el precio en una banda más estable, facilitando la adopción de estrategias anticrisis sin la presión de un petróleo descontrolado.