Menos cine
Vale, vamos menos al cine. Pero la culpa no es sólo nuestra, no nos vaya a pasar como con la crisis, que la pagaremos los ciudadanos de a pie y los verdaderos causantes de todo esto se largarán, como siempre, de rositas. El símil entre los banqueros y las productoras y exhibidoras está ahí, para mirarlo con lupa: no recaudan ni unos ni otros lo que pensaban y la culpa es de los sufridos currantes y/o los espectadores, pero por supuesto que ellos nunca entonan el mea culpa. Me permiten que lo entone yo, que de economía no entiendo, pero el cine me gusta un rato. Verán, señoras y señores del jurado, el problema de que vayamos menos al cine es que se han subido ustedes a la parra y ver una película cuesta una pasta. Una familia de cuatro, como la mía, cada vez que quiere ir al cine a ver una peli tiene que pensárselo muy mucho: por el precio de las cuatro entradas, se alquila (o se compra, como en mi caso) la peli en DVD tres meses más tarde. A veces, hasta se ve mejor la imagen en el televisor, que no vean lo mal que se ven algunas pantallas, todas desenfocadas.
Actualizado: GuardarEl cine antes era un ritual casi telúrico: ahora es un evento gastronómico. En mis tiempos salía antes de los avances un cartelito muy chungo que decía más o menos «Por orden de la autoridad gubernativa, queda prohibido comer pipas y otros productos que causen molestias al espectador». Con un par. Ahora entra el personal al cine que parece que va de excursión de supervivencia: los paquetones de palomitas, los superrefrescos, los cacahuetes. Material de complemento que se ha convertido, por cierto, en el sustento de las empresas: ya no se come para ir al cine, se va al cine para comer. Ganan más las distribuidoras con chucherías que con las pelis pero seguro que ese dinero que ganan en subalimentarnos no se incluye a la hora de hacer balance anual de lo que se recauda. Y deberían.
Llevan décadas haciendo películas donde solo hay ruido, ruido, y más ruido. Películas para un público adolescente. El adolescente, por su propia idiosincrasia, es ave de paso, público infiel. Hacen las pelis para un target tan fugaz que cuando intentan explotar la gallina de los huevos de oro se les ha pasado el arroz: fíjense ustedes la de retrasos que lleva acumulados la cuarta peli de Harry Potter; los públicos que acudan a verla, ya ni siquiera serán los que vieron la primera.
El gran balón que se echa fuera es que, ay, de un tiempo a esta parte se hacen muy malas películas. Les ganan por la mano las series de televisión. Descubrieron los americanos que había que conseguir taquillazos en navidad y en verano, y de un tiempo a esta parte ni siquiera son taquillazos que merezcan la pena. Sólo se estrenan pelis medianamente buenas cuando se acerca la auto-propaganda de los Oscars y a veces muchas de esas películas buenas semi-desconocidas ni se estrenan en pueblecitos perdidos de la mano de Lumiére como el nuestro. Así, imposible hacer afición y cantera.
El cine español, lo sabe todo el mundo menos quienes hacen cine español, no nos interesa a los españoles. Quien no arriesga, no gana, dice el refrán que nuestros cineastas prefieren cambiar a quien no llora no mama. Pendientes de subvención para el juguete, para la mayor parte de nuestro cine la aventura se termina en el momento en que la subvención les resuelve los problemas y pueden rodar sus historias generacionales que sólo sirven para generaciones de una persona o sus pajas mentales que son refritos sin gracia protagonizadas por gente que ni siquiera sabe vocalizar. Se adaptan libros inadaptables y se sigue pensando que es el espectador es tontito y no entiende las profundas reflexiones gafapastas de unos señores que viven en la capital y jamás han conocido ni las preocupaciones sociales de la gente de provincias ni los sueños de aventuras y exotismo, de historias mayores de la vida, que el buen cine ha ofrecido desde siempre.
Una cosa que tienen en común, claro, los productores, exhibidores y cineastas con los banqueros: en el fondo, satisfacer al cliente les importa muy poco. Y encima se quejan.