Desayunos en el Feisbú
Usted y yo sabemos que una de las características que nos hacen humanos es nuestra capacidad para relacionarnos con nuestros semejantes. Sin duda ese compañero tan pesado que tiene usted en el trabajo le dirá que muchas otras especies también crean lazos afectivos con sus iguales. Mándelo usted a la porra. Que su argumento, sin dejar de ser cierto, importa poco a la especie que queremos tratar. A la almendra. Hace ya varios meses que le importunaban sus camaradas de barra con el asunto del Feisbú. Que resulta que es una página en internet en la que va uno, pone sus datos y hace constar que conoce a tal o cual otra persona que ya antes había dado ese paso de entregar la dignidad de su anonimato a los desconocidos que son los amos del invento. Una iniciativa importante es el de incluir una foto con la que pueda ser reconocido, aunque rápidamente se da cuenta de que resulta más divertido dejar una imagen en la que mostrar fehacientemente que se carece de sentido del ridículo. Pero ya nos estamos dispersando otra vez.
Actualizado:A los pocos días, el asunto se convierte en una fiesta de autoafirmación. Todos desbocados diciendo en su rincón feisbuquero que le gusta esto o aquello o lo de más allá. Cosas que de sobra saben sus allegados. Sí que resulta gratificante encontrarse con antiguas amistades de las que hacía años que no sabía usted nada. Intercambia cuatro mensajes con ellos en los que todos se muestran de acuerdo de que el tiempo no ha pasado y que los lazos permanecen. Como aquel día que se cruzó en Columela con el mejor amigo de cuando los charcos eran océanos y se encontraron con que ninguno tenía nada que decirle al otro. Y acaba por llegar usted a la conclusión de que las nuevas tecnologías no aportan tanta novedad como le cuentan. Sólo convierten en unos y ceros su imagen de esta mañana tomando un café con leche solo. Como el resto de los que desayunaban cerca.