Descompuesto
AYER tuve que ir a una tienda de esas de ordenadores a comprarme unos jigas. El hombre de hoy tiene que tener muchos jigas, no te puedes quedar corto. Hace unos años, los chavales -porque debo reconocer que era una cosa más de chavales que de chavalas- se preguntaban por los centímetros cúbicos de la moto y en función de eso, la hombría subía o bajaba muchos enteros. Pero ahora no, ahora te preguntan cuántos jigas tiene tu disco duro, que para el que no tenga ni idea de esto es como preguntarte cuántas botellas de moscatel de Chiclana puedes meter a la vez en tu frigorífico.
Actualizado: GuardarEn esto que estaba yo pregutándole a la muchacha por el tema de mis jigas, entró por la puerta uno de mi edad, con la chaqueta medio caía, paso tembloroso, la compañera sentimental al lado cogiéndole del hombro y con cara de descompuesto, pero totalmente descompuesto, como si fuera el hermano mayor del Despojado y le hubieran dicho que llueve el Domingo de Ramos, vamos es que se come hasta el caracol que lleva el Cristo a modo de pírsing y sin meterlo en tomate.
Al de la cara de descompuesto, inmediatamente se le acercó uno de los dependientes del establecimiento. Con voz profesional y de médico como de Urgencias le preguntó ¿Qué le pasa? Y él, como queriendo abrazar a su ordenador entre los brazos para hacerle menos doloroso el trance le dijo compungido... Que se le ha ido el disco duro.
Al hombre modelno, a excepción de algunos del PP que le preocupan otras cosas relacionadas más bien con lo que es llevárselo calentito, que se le vaya el ordenador es lo peor que le puede pasar. Antes, lo peor que te podía pasar en la vida, cuando estás en ese difícil momento entre la madurez y la podredumbre, es que se te fuera... bueno... tú ya me entiende. Pero ahora todo ha cambiado, lo peor es que se te vaya el disco duro. Ahí está todo...hasta lo que no debe estar.
Fueron momentos muy tensos. El hombre le entregó su ordenador personal, portátil, de muchos jigas de memoria, puerto usb, wifi con hielo y pantalla extraplana al dependiente como quien le entregara al ser más querido. Sólo le faltó al pobre mío ponerse a llorar allí mismo. No sé, a mí me emocionó más que el programa de el Loco de la Colina del otro día en el que salieron tres magníficas figuras del teatro: Pajares, Esteso y otra de Cádiz, pero ahora no me acuerdo del nombre.
El dependiente actuó con rapidez. Le puso la mano en el hombro al compungido, sonrió a su compañera sentimental. Lo invitó a sentarse, le preguntó si quería una infusión o ponerse a jugar al Fifa y se perdió por los pasillos. Si hubiera llevado el hombre en vez de un cable un fonendoscopio en la mano aquello hubiera sido igual que un capítulo de Hospital Central.
El médico de jigas se perdió por el pasillo y el hombre descompuesto quedó allí esperando la respuesta. Yo no sé por qué estas cosas tan sólo nos pasan a los hombres. Soy consciente de que sólo nosotros nos descomponemos de esta manera cuando se nos estropea el ordenador. Ni el día en que se me quemó un arroz con bovagante, que ya eligió el puñetero arró un día malo para quemarse, recuerdo yo haberme puesto tan descompuesto como cuando el cabrón de mi pecé me dice Not found con la misma frialdad con que una gasolinera te dice ha elegido usted gasolina sin plomo.
Yo me hice el longui y retrasé a conciencia mi elección de cuantos jigas me iba a llevar. Aquello me daba más morbo que una telenovela venezolana donde apareciera como protagonista Romaní en camiseta de tirantes.
Al poco tiempo, el dependiente salió de la habitación y miró sonriente al hombre descompuesto. Él se levantó para oír el diagnóstico. Le dijo que le había hecho al ordenador yo no sé qué cosa, que sonaba muy feo, pero que le había recuperado la memoria y no se habían perdido ni las equis de la última quiniela. El hombre descompuesto varió su cara. Sonrió a su compañera sentimental y le apretó la mano con esa dulzura que sólo los hombres que han sufrido la pérdida de sus jigas saben sentir. Esa noche no comieron perdices, porque eso es muy antiguo, pero se pusieron hasta arriba de marisco en Romerijo, hasta cañaíllas le compró que le gustan a ella mucho.