Morao y Platino
Puede que haga ahora 20 años, cuando en plena grabación de su primer disco, Manuel Moreno Junquera, Moraíto me comentaba que cuál podría ser el título que habría de ponérsele a la carátula de aquel CD. Recuerdo que entre los nombres que barajamos le sugerí el de Morao y Oro, en recuerdo del emblemático bar que su tío Manuel tuvo al final de la calle Algarve esquina a la plaza de la Yerba, por donde pasó la crema y la nata del flamenco de aquellos tiempos. Y porque estaba seguro del impacto que el disco provocaría en los aficionados y las veces que algunos amigos se pondrían moraos y oro al escucharlo.
Actualizado: GuardarHoy, pasado el tiempo, después de tantas grabaciones, cientos de colaboraciones y miles de actuaciones en público, al presenciar esta última dedicada a la Paquera, me ha venido a la memoria aquella primera y tímida presentación, haciéndome llegar a la conclusión de que Moraíto se encuentra en el momento más dulce de su vida artística. Sí, porque en su actuación en la Bodega de los Apóstoles el pasado viernes 28 de febrero nos dio una imagen de madurez en la que se distinguió por su aplomo y seguridad en el escenario.
Hegemonía
Nada más subirse y encontrarse rodeado de su público mostró su hegemonía artística. La verdad es que el ambiente era propicio, porque a esa hora (pasaba la media noche) el que va a un espectáculo lo que quiere es escuchar y pone lo máximo de su parte para que pululen los duendes. Y así fue, con su camisa blanca resplandeciendo bajo el haz de luz cenital, apareció en solitario para emocionarnos. Ya con los primeros acordes por seguiriyas, su guitarra sonó limpia y con fuerza, plena de enjundia jerezana, acordándose de Javier Molina, de su familia y de otros maestros del toque contemporáneo, pero siempre con la flamenquería que él le suele imprimir a su sonanta.
Continuando con ejecuciones por soleá de idéntico nivel, sonándonos a veces dulce, a veces doliente y desgarradora, gitana y arrebatadora, como siempre sonó la solea en Jerez. Continuó con otros toques destacando con un sortilegio de falsetas por bulerías, algunas nuevas y otras las ya conocidas de su repertorio que ha cambiado, acortando unas y alargando otras pero enriqueciéndolas con flamenquísimos giros, rematados con cortes y rasgueos de la marca. No era por casualidad que los allí presentes, gente del todo desconocida, se mirase cómplice cuando al unísono el Morao les arrancaba un «olé».
La noche prosiguió cargada de aromas a vinos viejos y a su vez frescos en la voz de Jesús Méndez, el que haciendo honores a su ralea nos trasmitió un presente rotundo en los sentidos, dejándonos como siempre el sabor inequívoco de un futuro largo y esperanzador. Ha llegado la hora de que nuestros artistas nos ilusionen, que con su presencia y buen hacer en el escenario devuelvan el prestigio y la categoría cantaora de la escuela jerezana, varias veces centenaria.
Buenos artistas
Si no embrujada, la noche continuó perfecta de afinaciones, de versatilidad en los tonos y registros en la voz de ese artista llamado Miguel Poveda, que respaldado en sus facultades, técnica y conocimientos, transmite seguridad, desde que risueño, moderno y aseado pisó el escenario. ¿Qué verdad es que son los buenos artistas los que con su talento elevan al Parnaso a los autores! Agigantando cualquier tema, haciéndolo obra de arte, tal fue el texto del maestro Antonio Gallardo Sevilla y Jerez que Poveda recreó con su clara dicción cantaora dulce en los medios, melosa en los bajos y redonda en los altos, a los que el de Badalona metió mano valiente consciente de que estaba en Jerez cantándole a la Paquera.
Al público asistente le supo a poco la actuación de Miguel Poveda, prorrumpiendo en un insistente y prolongado aplauso con el que pedía un bis. Se organizó un fin de fiesta en el que de nuevo brilló nuestra actual promesa jerezana Jesús Méndez, al que siguió Poveda con más bulerías acordándose de Sevilla y de Cádiz con un cante de La Perla. Salió a bailar El Chícharo y después el Bo que en lo que se refiere a impronta y gracia natural fue la estrella de la noche.
Bernardo Parrilla
Mención especial a Bernardo Parrilla, quien con su violín hizo las delicias del respetable en su acompañamiento a la guitarra del Morao, con tonos y contratiempos precisos y preciosos de flamencas armonías; con razón se lo disputan los cantaores, bailaoras, guitarristas y productores.
La noche discurrió entre tangos, tonos de tarantas y más bulerías, manteniéndonos tan absortos que hasta el reloj pareció habérsenos parado con su gitanería. Y es que la expectación fue enorme, no en vano las localidades se agotaron meses antes. Apenas se ofertó el espectáculo en Internet y todo debido al gran atractivo que la noche suscitó con artistas que la garantizaban. Sobre todo en el que recaía la responsabilidad de llevarla a cabo: Manuel Moreno Junquera, Moraíto, quien con su alquimia ha convertido aquel antiguo oro en platino.