ANÁLISIS

Sin rumbo

La cosa parece clara: si el cine en general no atraviesa su mejor momento, el español no levanta cabeza. Lo digo con respeto escrupuloso a los cineastas y a las cifras oficiales. Si por un lado la caída de espectadores y de recaudación en el cine español discurren en paralelo con un nuevo descenso en la cuota de mercado y con un incremento en el número de películas estrenadas, por otro también coinciden con una política de fomento y promoción especialmente autárquica o proteccionista.

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Siguen sin servir demasiado las cuotas de proyección obligatoria, el establecimiento de las desgravaciones fiscales, las bonificaciones de tipos de interés, las subvenciones automáticas, la aplicación del famoso 5% de las televisiones y, en general, toda la filosofía de una política cinematográfica que no logra estimular la demanda. Habrá quien diga que el cine no sólo es comercio, industria y cifras, cosa legítima y razonable, aunque luego sea imposible justificar una enorme cantidad de dinero en subvenciones, cuando entre las veinticinco películas más vistas sólo hay dos realmente españolas: Los crímenes de Oxford y Mortadelo y Filemón. Algo habrá que hacer, por lo tanto, con un cine español sin rumbo, ensimismado y escasamente autocrítico. El lamento por la competencia hollywoodiense y el proteccionismo no sirven.