ESTILO PROPIO. En su espectáculo 'Flamenco se escribe con jota'. / ESTEBAN
Sociedad

El flamenco se viste de jota

La danza de Miguel Ángel Berna rinde honores en una noche de folclore y flamenco Las jotas aragonesas fueron la luz de su argumento

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Si buscamos la raíz del flamenco tendríamos que hacer un viaje, no solo al tiempo en el que El Fillo y El Planeta se templaban por seguiriyas, ni siquiera a los tiempos remotos de Tío Luís el de la Juliana, sino más allá. Las cartas marruecas o la gitanita ya daban cuenta de la génesis. Por otro lado, el folclore ya convivía con los pueblos de toda la península, y las danzas y cánticos eran de dominio público.

Algunas de estas músicas están tan ligadas al flamenco como el vino a Jerez. Y es que las danzas y cantes aragoneses han aportado vida a algunos cantes. Que las alegrías son gaditanas, nadie lo discute, pero que ha bebido de la jota aragonesa, tampoco.

Miguel Ángel Berna es un artista que conjuga el baile flamenco y las danzas mañas a la perfección.

Ya en la edición anterior del festival, pudimos verlo en la Sala Compañía, con otro espectáculo donde el mestizaje de una y otra música se organizaron para ser uno. En esta ocasión, ha dado un paso de gigante, y debutó en el principal de Villamarta. Acompañado de Rafael Campallo y Úrsula López, ha librado una batalla en la que la jota se ha paseado con grandilocuencia junto al flamenco más puro.

Sonidos ancestrales en las voces del Mochuelo, Srta Fernández, Cojo de Málaga, aquellas viejas grabaciones provenientes de cilindros de cera abrían el telón a Campallo y Berna, cada uno a lo suyo introduciéndonos sutilmente en lo venidero, con vislumbres seguiriyeros.

Rafael Campallo se enroló en una soleá a la que aportó una flamenquería incontestable. Y eso que en otras ocasiones lo hemos visto mejor. Demasiado pendiente de cada paso, de cada movimiento no dejaron ver su gentileza bailaora. El caso de su compañera Úrsula López que se decantó por tientos. En tangos fue diferente. Este baile le dio más juego, más fantasía. La sensualidad de sus caderas no dejó espacio para nada más. Tampoco hizo falta.

Ambos abusaron del tiempo en escena. El esperado Berna joteó sin música. Sus palillos le sirvieron para entonar jipíos aragoneses sin más instrumentos que sus manos.

Un Ria pitá maño, en un dibujo corporal de infarto. La aparente simplicidad de sus movimientos le delatan. Sabe más de lo que se ve. Brincos infinitos y saltos joteros levantaron a los presentes.

La veracidad de Miguel Ángel en su danza no tiene parangón alguno. Consiguió que, al menos en esta ocasión, la jota se revelara ante el flamenco.

El recuerdo por alegrías, en un paso a tres fue para el inolvidable Mario Maya. Los tres se enfundaron el traje de faena y lidiaron una batalla emocional que dio para que un crecido Miguel eclosionara ante la mirada absorta de Rafael y Úrsula.

La guitarra de Patino ya ha demostrado con creces de qué medra está hecha, al igual que la de Jesús Torres.

Soló el cante quedó algo rezagado en las voces de Miguel Rosendo y Juan José Amador.

De la parte maña, la cantadora de jotas Lorena Palacios armonizó el cante. El resto del conjunto, guitarra a cargo de Guillermo Gimeno y bandurria de Alberto Artigas se preocuparon de dotar al espectáculo de recuerdos pilaricos. La percusión de Josué Barrés sonó en exceso, aunque en su conjunto, dieron el toque mezcolástico entre la fusión arqueológica del folclore y el flamenco de la Bahía.