Sociedad

Sobre la educación de las mujeres

A finales del siglo XVIII el número de escuelas masculinas cuadruplicaba a las femeninas en Andalucía, que contaba con apenas 43 colegios de niñas

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A principios del siglo XIX, la educación continuaba fuertemente influenciada por la Iglesia. Ésta, tenía un concepto funcional de la mujer como eje aglutinador de la familia. La visión de la fémina como la perfecta casada, cristiana, buena madre y entregada esposa. Una mujer cuya entrega perpetua al hogar y a la familia, era el mejor sostén para un sistema político y social de profundas y antiguas raíces eclesiásticas. Por esto, su instrucción, no estaba dirigida a formar académicas o sabias, sino mujeres piadosas que respetaran los valores tradicionales que la subyugaban desde siempre.

Moldear a la mujer en los principios y valores tan necesarios para sustentar hogares y familias cristianas y conseguir controlarla para que esta respondiera a las necesidades de las clases dominantes era el objetivo.

El Proyecto de Decreto del 7 de Marzo de 1814 pretendía el arreglo general de la Enseñanza Pública aunque un decreto posterior, el del 4 de Mayo, puso fin a todas las reformas liberales que las Cortes de Cádiz quisieron poner en funcionamiento.

Las nuevas ideas de la Ilustración impulsaron la educación, concibiéndola como un medio para alcanzar la felicidad y el progreso. El interés por la divulgación del conocimiento abarcó también al sexo femenino; y desde mediados del siglo XVIII y durante la Guerra de Independencia española, los primeros periódicos publicados incluyeron artículos en los cuales se proponía un cambio en la instrucción de las mujeres.

Esta renovación, más que plantear un contenido similar en la instrucción de ambos sexos, consistió en crear conciencia sobre la necesidad de educar también a las mujeres, proceso que se dio de forma desigual en las principales poblaciones, y sobre todo a las clases altas. A la luz de las nuevas ideas, se empezó a pensar que las mujeres, aparte de labores manuales y doctrina cristiana, debían aprender a leer y escribir. «Se darán premios en cantidad de 19 reales de vellón, distribuidos en primera clase de a 80 reales, y segunda de a 40 reales de vellón y una medalla de plata pendiente de un collar, a los niños y niñas de las escuelas y enseñanzas de esta ciudad y arrabales, con relación al grado de sus merito y edad, que fueran examinados por la sociedad, y declarados por más dignos; debiendo los aspirantes de ambos sexos no tener menos de seis años, ni exceder de doce cumplidos en el acto de adjudicación, ni haber obtenidos premios de igual clase en los años anteriores (..)». Diario Mercantil. Cádiz 1808, Biblioteca Virtual de Prensa Histórica

Según el censo de Floridablanca de 1787, se cuantifican en Andalucía un total de 160 colegios para estudios de varones frente a los 25 de colegios de niñas nobles y 18 para niñas pobres. Un Total de 4.955 alumnos varones frente a 1.033 niñas. Y ante los 500 maestros a los que están a cargo las escuelas, apenas 162 maestras.

Al acabar la primera mitad del siglo XIX, y según Madoz, el número de escuelas públicas en la provincia de Cádiz que atendía a los niños era de 49 y a las niñas 20, sin embargo si observamos las escuelas o academias privadas la cosa cambia, ante los 88 centros privados para niños, nos encontramos con 119 para niñas, dedicándose estas academias sobre todo a la enseñanza de las labores domésticas. En cuanto al número de maestros en la provincia cuantifica Madoz un total de 290, de los cuales 163 eran hombres y 127 mujeres, con la diferencia de que entre estas mujeres más de la mitad carecían de título.

«No hay cosa más abandonada que la educación de las hijas, se supone que este sexo, no necesita de mucha instrucción y así el capricho, las costumbres y preocupaciones de las madres sirven de regla para todo», decía Francisco de Salignac en 1769.

La obediencia al marido con total sumisión y la idea general de que la única función de la mujer era cuidar su casa la apartaba de cualquier posibilidad de formación. Padres de familias se empeñaban en dotar a los hijos varones de una educación elevada que los situaran en puestos de importancia tanto en la carrera eclesiástica como en la civil.

Los tratados que recogen los principios básicos sobre la educación de las mujeres se dirigen sobre todo al ámbito doméstico y familiar, cuya base se encuentra en la concepción de la misma como poseedora de un espíritu débil, lleno de una curiosidad malsana y nefasta que si se dirigía al estudio de las armas, las cosas sagradas, la jurisprudencia, la filosofía y las artes, causaría gran daño al resto de la sociedad.

Toda la educación, por tanto, que podía ofrecérsele estaba dirigida al cumplimiento de las obligaciones que la naturaleza y la sociedad les habían impuesto. Poner en orden la economía, cuidar la salud de su familia, gobernar sus casas, criar sus hijos hasta cierta edad, hacer felices a sus maridos tanto cuidando su interior como su exterior, eran sus únicas funciones aceptadas.

Consideradas pusilánimes y delicadas por su sexo, incapaces de mostrar una conducta firme y arreglada, de espíritu tímido que las hacía verter lágrimas con facilidad, de actitud vanidosa hacía las otras mujeres y con una tendencia profunda a conseguir lo que se proponían usando cualquier medio buscando medios y artificios para lograrlos.

La vanidad era considerada uno de los peores defectos. El gusto por lo hermoso, por la gracia exterior, adornos, cofias, lazos, y peinados eran considerados elementos del arte de la persuasión y del engaño. Hasta tal punto se ve a las mujeres como culpables de corromper las costumbres, que la afición por los vestidos y la moda eran entendidas como un trastorno en la mente de las féminas. La pasión por las mesas arregladas, el gusto por los placeres y el lujo, sólo eran posible en la fortuna, pero si ésta no se poseía, se la creía capaz de comportamientos indignos que destrozaran su honor.

Evitar amistades muy tempranas, envidias, cumplimientos y adulaciones en exceso. Así como soportar la austeridad, evitar que dieran discursos inútiles, hablando de un modo corto y preciso, sabiendo reflexionar sobre sus pensamientos para saber callar en su momento. Por este motivo debía prohibírsele leer ficciones de carácter frívolo como las novelas, recomendado sólo lecturas sobre historias agradables y útiles para el aprendizaje de sus obligaciones.

Había que hacer entender a las hijas que la distinción solo se lograba con una conducta exquisita ya que los adornos del cuerpo y la hermosura del mismo era algo pasajero, pecaminoso y engañoso. La belleza sólo si estaba sostenida por la modestia y la virtud era admirable, de otro modo ésta hacía de la mujer un ser endemoniado y maléfico. Los hombres de letras veían en las antiguas esculturas griegas la simplicidad de la belleza, evitando los excesos de peinados y vestidos, evitando así lo pecaminoso del cuerpo. La idea era acostumbrar a las niñas desde pequeñas a pensar sobre la vanidad y ligereza de espíritu no sometiéndose a la esclavitud en seguir modas, mantecas, polvos, alfileres, flores y bagatelas que violentaban la propia naturaleza.

El primer y más arduo recato en el vestir se refiere a mostrar los pechos.En definitiva, no se debía permitir a las hijas ninguna acción, palabra traje ni adorno que excediera de su clase. Había que reprimirlas a las fronteras naturales de su posición por los peligros a los que se exponen al querer salir y medrar fuera de ellas. Había que cortar cualquier atisbo de viveza que la hiciera destacar.

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