Las cosas, por su nombre
Nunca deja de sorprenderme la manera en que el lenguaje configura -y enmascara- la realidad, cómo las palabras adquieren un sentido diferente según quien las oiga, lo que sepa el que las oye y lo que quiera comprender, aparte de la intencionalidad con que se dicen. El fenómeno de la comunicación es mucho más complejo de lo que los esquemas de los primitivos teóricos hacían ver: emisor-receptor, y vuelta.
Actualizado:La jerga traslada, además, el estado de cosas del cuerpo social y sirve a sus amos con fervor. Ya pasó con la guerra de Irak, en el mandato de Bush, cuando se habló de «bajas colaterales» por no decir población civil masacrada y hasta de plastic bags, o sea «bolsas de plástico», para evitar hablar de los soldados muertos, cuyos cadáveres volvían a casa envueltos en grandes bolsas negras.
Ahora, con la recesión, la crisis, la debacle o como lo queramos llamar -ya ese debate ha quedado viejo, se ha impuesto la contundencia de los números- es el argot económico el que está vulnerando todas las reglas de la semántica, y a veces hasta insultando a la inteligencia. Habrá que decir, en su descargo, que se trata también de intentar conformar una realidad más soportable, o al menos un punto esperanzadora.
Ahora, por ejemplo, se ha puesto de moda hablar de monetizar. Todo hay que monetizarlo. La palabra existe en el diccionario de la RAE, que le adjunta como significado «dar curso legal como moneda a billetes de banco u otros signos pecuniarios», o «hacer moneda». Sin embargo, yo no había oído a nadie utilizarla hasta ahora, y pensaba que era una deformación de «monetarización», pero no, la palabra existe y con su contundencia fonética -esas cuatro sílabas- y su raíz tan sugerente al oído, ahora y siempre, (moneda, money, money) lo que quiere decir es bien claro: hay que sacar dinero de debajo de las piedras, pero decirlo así queda mucho más ordinario.
También resulta que hay empresas que cuentan entre sus efectivos con colaboradores home office: es decir, gente que trabaja en su casa, y en general por libre, que ni siquiera tienen mesa en la oficina. Cuando hay pérdidas en una cuenta de resultados, lo que pasa es que el mercado «corrige». Es mucho más elegante. Implacable, además.
Los competidores son players, algo que suena a videojuego, amable, infantil, que incluso anima a participar en la partida... que en realidad consiste en calzarse el cuchillo en los dientes y derrotar al rival como sea, eso sí, en la vida real. Los equipos recortados, con gente despedida, resulta que se vuelven «compactos». Qué bien. Circula por la red un ingenioso westpoint -una manera burlesca de llamar a los Power Point, no crean-, acerca de la crisis, y cómo resulta mucho más fácil vender con un alambicado nombre en inglés, hedge funds, «crédito mejorado de nueva generación», etc. lo que en realidad es la deuda hipotecaria de un negro pobre de Alabama, por ejemplo. Así nos ha ido.
A veces nos toca poner cara de póker, y hacer como si supiéramos, pero otras hay que resistir la tentación de abrirse las venas, porque no es ya no comprender, sino que existen fundadas sospechas de que a una la están tomando por tonta. A mí me pasó el otro día cuando oí que debía «tangibilizar». Si podemos hacer las cosas complicadas, ¿por qué vamos a simplificarlas? Si la nueva economía pretende inventar un nuevo lenguaje para empezar a avanzar por la senda de la recuperación, será que quieren hacerlo ellos solos, o que pretenden seguir engañándonos. En el fondo, este recurso a los palabros evidencia también lo lejos que están de la realidad de la gente.
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