TRIBUNA

Lo que cambia

Ya lo sabemos. Galicia no es el País Vasco. No hay que precipitarse en extraer conclusiones de validez universal sobre futuros comportamientos electorales de carácter general. Hasta ahí lo obvio que no sobra recordar cuando las elecciones del 1 de marzo han impulsado cambios políticos de tanto calado en los respectivos escenarios institucionales. En el Partido Socialista apuran el argumento para negar la pertinencia de incómodas extrapolaciones de lo ocurrido en Galicia insistiendo en que si han bajado en esta comunidad hasta perder el gobierno y han subido en el País Vasco hasta poder ganarlo, la conclusión es que no existe una clave única de interpretación de los resultados que apunte a una inflexión a la baja de Rodríguez Zapatero. Y no falta razón al subrayar el juicio cada vez más selectivo que muestran los votantes y la influencia cada vez mayor del factor territorial en sus decisiones de voto. Las elecciones generales de 2008 manifestaron claramente este comportamiento en virtud del cual las tendencias de voto a nivel nacional tienen una expresión cada vez menos homogénea en diferentes ámbitos territoriales.

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Todo eso es verdad, pero nada de eso impide formular una interpretación política de lo ocurrido el día 1 que sí une los resultados en Galicia y el País Vasco en una clave de interpretación común de la que se desprende una situación nada tranquilizadora para el Partido Socialista y extremadamente difícil de gestionar para el Gobierno de Rodríguez Zapatero.

Más allá de unos resultados electorales más o menos adversos, lo que Rodríguez Zapatero ve resquebrarse es el modelo levantado desde su llegada al Gobierno en 2004 basado en la exclusión del PP y la alianza permanente con los nacionalistas, preferentemente de izquierda, lo que aseguraría el mantenimiento indefinido del poder. Este modelo de relación ha sido lo suficientemente flexible para adecuarse a cambios en la relación de fuerzas entre sus componentes y ha permitido con igual versatilidad participaciones de geometría variable. Los catalanes de CiU, a pesar de no formar parte del Gobierno de Montilla, han venido apoyando al PSOE en el Parlamento y fueron decisivos para que el nuevo Estatut saliera adelante. El PNV, hasta ahora gobernando con sus propios satélites, ha encontrado espacios de acuerdo lucrativo con el PSE en Álava y Getxo, por ejemplo. De modo que, con o sin necesidad de compartir el gobierno en todos los casos, Rodríguez Zapatero ha mantenido en su campo gravitatorio a todo el nacionalismo.

Para el Partido Socialista, el rendimiento de esta ingeniería ha resultado, hasta ahora, extraordinario. Pero el precio para el sistema democrático ha sido dramáticamente alto. Para hacer posible tanto la exclusión del PP como la atracción de los nacionalistas se ha deslegitimado la Transición, se ha presentado como cobardía y amnesia el valiente ejercicio de reconciliación que animó el pacto constitucional, se ha desfigurado el modelo de Estado y, en vez de acercarse a las corrientes centrales de la sociedad, la descalificación integral y el aislamiento del adversario se ha utilizado para alimentar a las audiencias más radicales porque de ellas dependía el triunfo electoral. Sólo que ese adversario al que se quería aislar y estigmatizar como actor democrático representa a más de diez millones de ciudadanos. Demasiados para imponer sobre ellos un veto indefinido. La recuperación del Gobierno en Galicia y la posición que el PP ha conseguido en el nuevo escenario político vasco confirman que Rodríguez Zapatero tiene un problema, y que ese problema no es un tropiezo, sino que compromete la estabilidad del andamiaje sobre el que se sostiene.

La recesión económica tampoco lo explica todo. Sí puede explicar que toda la excentricidad que ha tenido entrada en la política española ya hace menos gracia porque las cosas no están para dispensar benevolencia a la frivolidad, a la ligereza y a la insolvencia. En las actuales circunstancias, cuando la crisis aprieta y las expectativas se deprimen, la política vuelve a importar y determinados personajes con un poder y una presencia pública que no guardan relación con su representatividad ni sus méritos dejan de ser curiosidades rentables. La recesión parece que se está llevando consigo esa idea tan extendida en tiempos de bonanza que cree que la economía y la sociedad van por su camino mientras los políticos se entretienen en juegos irrelevantes. Personajes que en el abigarrado universo político español han acaparado poder, presupuesto y notoriedad empiezan a quedar reducidos a su verdadera dimensión que no parece demasiada.

El problema de Rodríguez Zapatero se lo han diagnosticado sus analistas de la Fundación Alternativas. Además de perder la Xunta de Galicia a la primera de cambio, el PSOE tiene ante sí un grave dilema porque -recuerdan- Rodríguez Zapatero ganó las elecciones hace un año presentándose como la opción útil para cerrar el paso al PP. El llamamiento tuvo un considerable éxito en el País Vasco y Cataluña, y los socialistas consiguieron un numeroso voto radical, decisivo para su triunfo. ¿Cómo, ahora, aquéllos que se propusieron como baluarte progresista van a facilitar, bajo una u otra fórmula, que precisamente el Partido Popular tenga entrada en el gobierno del País Vasco? Claro que la inversa es también igualmente acuciante, porque ¿cuál sería el coste político y electoral para el PSOE y Rodríguez Zapatero si malograran la alternativa al nacionalismo?

Hace un año el presidente del Gobierno renunció a ser investido en primera vuelta para alardear de independencia frente a los nacionalistas. Hoy, un año después, ese movimiento se revela tardío. Rodríguez Zapatero creyó que podía consolidar un modelo que ha alejado al sistema político de las dinámicas moderadas e integradoras, de consenso mayoritario que ha permitido a aquél funcionar desde el restablecimiento de la democracia. Es decir, se ha alejado del centro, que en las elecciones generales volvió en buena medida al PP, si bien hasta ahora las ganancias socialistas gracias al voto útil de la izquierda radical y el electorado nacionalista flotante compensaran con creces aquella pérdida. La receta parece que empieza a tener dificultades para obrar sus efectos a medida que el electorado busca mayor densidad política y solvencia gestora en los responsables políticos, y reordena sus prioridades que, desde luego, no pasan por los asuntos que han dominado la agenda pública en los últimos años.