El precio de los 'errores'
Algunos caídos en desgracia han acabado fusilados, otros en prisión y el resto malvive alejado del poder
Actualizado: GuardarCarlos Lage y Felipe Pérez Roque han tenido que pagar con la forzada renuncia a todos sus cargos, y los privilegios que estos implicaban, por sus errores. Son los últimos, y de más alta jerarquía, en la relación de funcionarios que a lo largo de la historia de la revolución han sido purgados por motivos similares.
Salvo que su alejamiento del poder derive en un proceso penal, ambos podrían ser reincorporados a la vida laboral en puestos relacionados con su formación. Lage es pediatra y su destino natural sería un hospital. El de Pérez Roque se acercaría a la ingeniería química en su apartado agronómico. Otra opción es que pasen una temporada dentro del plan pijama, como se conoce en Cuba a quedarse en casa sin cometido específico.
Tampoco estaría tan mal, considerando que algunos de sus predecesores acabaron en el paredón, como el general Arnaldo Ochoa, militar distinguido como héroe de Cuba y que pertenecía al Comité Central del Partido Comunista (PCC). Su participación en misiones en Nicaragua, Angola y Etiopía no impidió que fuera juzgado por narcotráfico y finalmente fusilado el 13 de julio de 1989, cuando contaba 59 años.
Vinculado al caso Ochoa también cayó el general José Abrantes, que durante treinta años fue jefe de la escolta de Fidel Castro, ministro de Interior y miembro del Buró Político del PCC. Lo destituyeron por tolerancia, abuso de poder, negligencia en el servicio y uso indebido de recursos. La pena fue de veinte años, pero murió en prisión de un infarto en 1991, a los 55. En 1989, Diocles Torralba, vicepresidente del Consejo de Ministros y titular de Transporte, era condenado a veinte años por malversación, abuso de autoridad y uso indebido de recursos. Fue excarcelado antes de cumplir la totalidad de la condena y vive en la capital cubana. Muy sonada fue también la caída del todopoderoso Carlos Aldana. Roberto Robaina, Robertico, vio truncada su fulgurante carrera que le catapultó de la noche a la mañana de dirigente de la juventud comunista a ministro de Exteriores en 1993. Seis años después fue separado del cargo por «deslealtad a Fidel Castro». Pasó varios años dirigiendo el parque Almendares y recientemente encontró en la pintura un mejor medio para vivir. Otro defenestrado fue Luis Ignacio Gómez, miembro del Comité Central del PCC y titular de Educación. Más discreta fue la caída de Carlos Valenciaga, secretario personal del Comandante hasta hace apenas unos meses. No ha sido anunciada en los medios, pero ya no dispone de coche oficial, viaja en guagua (autobús) y tiene un nuevo trabajo en el archivo de la Biblioteca Nacional.