Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
ESPAÑA

Mi vida sin ellos

El miércoles se cumplen cinco años del mayor atentado de la historia de Europa, que se cobró la vida de 191 personas; familiares y amigos de las víctimas intentan seguir adelante

MIGUEL ÁNGEL BARROSO
Actualizado:

«No vamos a remover el pasado. Hablaremos del presente y, sobre todo, del futuro». La frase suena a posterior disculpa por una intromisión que empezó el 11 de marzo de 2004 en la improvisada morgue instalada en el pabellón seis del Ifema y que no ha parado hasta hoy, en el momento en que suena el teléfono al olor de un nuevo aniversario.

Entonces eran personas anónimas y desesperadas, aguardando la confirmación de sus más terribles sospechas, que el mensaje «familiares de fulano de tal» sonara por megafonía o, en el mejor de los casos, que un voluntario de Protección Civil, un bombero o un policía se acercara a comunicarles la noticia con voz entrecortada.

La prensa se infiltraba entre los parientes, amigos y conocidos de las víctimas que se apelotonaban en la entrada. No había capilla ardiente ni velatorio; sólo una nave donde trabajaban los forenses para la identificación de los cadáveres, pero el recinto ferial fue lugar de peregrinación durante unas jornadas interminables. Aunque sólo se permitía el acceso a padres, hijos o hermanos el filtro se fue haciendo cada vez más permeable, y muchos informadores empezaron a cosechar testimonios detrás de un velo de vergüenza.

Cinco años ya de aquello. Por el camino, empedrado de sufrimiento, José, Juan Antonio, Almudena, Jesús, Teresa, Maribel, Florian, Alicia, Juanjo, Ángeles, Esther, María José y tantos otros que ya están en las hemerotecas han tenido que soportar heridas y ausencias, un juicio y la niebla de la confusión política.

Todo sigue

No remover el pasado. Una disculpa más bien torpe. Pocos desean olvidar; los familiares de las víctimas, menos que nadie. Pero no todos han navegado en la resaca de aquella espantosa tragedia de la misma forma.

La vida sigue y la cruda realidad alcanza incluso a aquellos que creíamos metidos en una campana de cristal. «Acabo de perder mi empleo», se lamenta Juan Antonio Díaz, que el 11-M se encontraba en el andén de la estación de Atocha esperando la llegada de un tren que iba a llevarle, como cada mañana, a Coslada, donde trabajaba en una empresa de maquinaria.

De repente, la explosión le envió al limbo. Estuvo quince días inconsciente en la UVI, con gravísimas heridas en el cuerpo y en el rostro, especialmente en un ojo, y en el alma, problema éste que creía superado después de muchas sesiones con el psicólogo. Hasta que se ha dado de bruces con el despido. Con el signo de estos tiempos. Así que la conversación deriva hacia la crisis económica y la escasez de oportunidades -piensa en su hijo, que está terminando la carrera de Periodismo-, mientras el 11-M queda en el fondo del desván de las pesadillas.

Testimonios

Hay quien desea regresar al anonimato. Quien duda sobre la bondad de hablar otra vez. Quien prefiere reservarse para otros foros, como el Congreso Internacional sobre Víctimas del Terrorismo, donde se siente más arropado y comprendido por los participantes. Quien está demasiado ocupado. Y quien acepta el trato de no tocar muchos temas espinosos para seguir conversando. «De acuerdo, hablemos del futuro». De los días que se extienden más allá de una fecha concreta. De los libros por escribir, de los viajes por hacer, de las experiencias por vivir. Por ellos mismos y por los que se fueron.

Otros, en cambio, temen el proverbial carácter olvidadizo de los españoles, el hartazgo del público por el «periodismo aniversario», y no renuncian a su labor reivindicativa para luchar por lo que consideran su principal misión: preservar la memoria y la dignidad de los 191 fallecidos en el mayor atentado terrorista cometido en Europa. No el 11-M. No esta semana. 'Sine díe'. Porque la resaca, en efecto, nos durará toda la vida.