El enigma de la danza
Isabel Bayón se las ingenió para dar vida flamenca a la danza de Tórtola Valencia y contó en el escenario con la presencia de su maestra, la veterana Matilde Coral
Actualizado:Una reconstrucción biográfica de la vida de una bailarina que marcó una época. Una historia basada en su tragedia, tratada con falsa fidelidad, como inspiración de una carrera artística. La resucitación de Tórtola Valencia no era ni mucho menos la intención. Una visión más o menos cercana de cómo fue su vida, sus creaciones, su repertorio. Por desgracia no se sabe cómo bailó, pero sí que causó estragos allá por los años 20 y 30 del siglo pasado.
La danza es el argumento principal, con un acercamiento al flamenco escueto, efímero, poco se sabe de este espectáculo. Tampoco hace falta.
La sensación era, por momentos, la de estar en una sala de cine visualizando un documental antiguo, cercano al Nodo. La vida de la danza hecha mujer. Una mujer que, a tenor de cada extracto de baile, no fue feliz. Una tragedia.
Bayón es recibida por el público cuando sale del inmenso baúl que la transporta. Un equipaje con el que carga toda su vida. Al igual que un inseparable mayordomo, que la custodia y la cuida. Una danza provocativa, lejana en el tiempo, deja la silueta egipcia escoltada por pirámides, y un baile faraónico. La serpiente se arrastra por tientos, hasta que la túnica que lleva desaparece y aparece el flamenco en forma de tangos. Isabel cimbrea sus caderas de forma sublime. Las imágenes siguen discurriendo, los barcos de pasajeros que cruzan el charco, donde se embarca la bailarina. Un juego del tiempo, atrás y alante, pero que no cesa. Su fiel escudero le porta las maletas para el largo viaje. La muestra se expresa por guajiras con abanicos y traje esperanza. Sus brazos se salen de su cuerpo, juega con el aire y le gana la batalla. El pregón de los caramelos y el garrotín también huelen a flamenco. No utiliza apenas los pies, pero ¿para qué? Ya está dicho todo. Mujer fatal, ahora republicana, ahora misógina, ahora monárquica, cuando no marquesa. Una vida de locura. Y la locura se tradujo en cante. Un Poveda por bulerías apretó las tuercas del teatro. Principalmente porque la escuela sevillana subió entera al escenario. Toda ella. Matilde Coral, no hace nada y lo hace todo. Hasta el mayordomo le rindió honores. Y no es para menos. La cultura de esta escuela tiene nombre y apellidos. Para qué decir más. Una soleá con las voces del Pulga y Miguel Ortega, y un movimiento de Coral estático, suculento, que te atrapa y no te deja. Se planta en la retina, y ahí queda, al menos en mí, para los restos. Ya puedo morir tranquilo. Y como siempre la respuesta del público; mas de cinco minutos alabando la genialidad de una escuela.