ANTONIA JIMÉNEZ. Fue creciéndose en su actuación. / CRISTÓBAL
Sociedad

Derroche de alegría en Villavicencio

La guitarrista Antonia Jiménez y la cantaora Tamara de Tañé iluminaron la tarde jerezana

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Existe la creencia entre los aficionados de que los guitarristas que acompañan al baile carecen en muchas ocasiones de las capacidades técnicas para afrontar con garantías el toque solista. Sin embargo, la guitarra de acompañamiento nace de un trabajo minucioso con cantaores y bailaores que nutre al tocaor de unas calidades y enfoques rítmicos que enriquecen la ejecución en solitario.

Éste es el caso de la joven tocaora de El Puerto de Santa María Antonia Jiménez. Con el bagaje que supone haber acompañado a artistas del empaque de Carmen Linares, Montse Cortés o Belén Maya, ayer se presentaba por vez primera como protagonista de su propia música.

El éspectaculo comenzó con unas malagueñas en la que los nervios lógicos del momento hicieron que se resintiesen algunas de sus falsetas. Para el resto del concierto la acompañó a la percusión Jesús Mañero y paulatinamente lo que se nos antojaba un recital clásico derivó en una actuación a dúo.

Además del ya clásico cajón flamenco, Jesús usó caja de batería, plato y una calabaza de agua típica de la percusión guineana y muy novedosa en el flamenco. El segundo número de la tarde por alegrías ya apuntó a un giro en el ánimo de la guitarrista que, pausando los tiempos, fue ganado en seguridad y en limpieza.

Las farrucas que sonaron a continuación nos dejaron guiños de Jazz y un inteligente uso del agua para acompañar a unas fresquísimas falsetas de la portuense. Pero el punto álgido de la actuación vino con unos Tanguillos con aires de Guajira donde Antonia se meció entre surcos cargados de melancolía y pasajes de una alegría contagiosa que casi rozaron lo humorístico en algunos instantes.

El final por Bulerías destapó síncopas en lo rítmico que sonaron a baile. El público acabó despidiendolos en pie. Para no bajar el nivel Tamara de Tañé nos regaló en la segunda parte de la tarde unas alegrías con aires de La Perla, unas malagueñas recogidas y sobrias, soleá por bulería y fin de fiesta por Bulerías donde todo tuvo sabor a Jerez.

Con un Niño Jero inconmensurable al toque, la cantaora del barrio de La Plazuela estuvo en todo momento como pez en el agua. Demostrando el porqué desde muchos foros del flamenco jerezano se apuesta por ella como una cantaora de garantías. El único punto «reprochable» de su actuación fue la escasa duración. Con un público rendido se nos antojaron cortos los cuatro cantes que interpretó.