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El barón del flamenco
El Premio Nacional de Danza Javier Barón se desnudó artísticamente a través de un entramado de estilos flamencos con los que levantó el Teatro Villamarta
Actualizado: GuardarAlcalá de Guadaira está de enhorabuena. No sólo por acreditarse como uno de los núcleos ortodoxos del flamenco, donde la geográfica triada cantaora pasa por ella y recoge las doctrinas que esta localidad ha dejado como herencia. Si esto es el cante, en el baile, un nombre en mayúsculas. Y no es para menos. El flamante ganador del Premio Nacional de Danza de 2008 ha vuelto al Teatro Villamarta, para quedarse, para quedarse con él. Con Meridiana ya consiguió elogios y recogió el fruto del esfuerzo que supuso aquello. Pero ahora es con un espectáculo que no es nuevo, que ya tiene un rodaje el que ha despertado pasiones. Y si ya en su estreno fue grande, con el rodaje de estos últimos años, Barón ha ganado en convicción.
Definir este espectáculo en pocas palabras: una enciclopedia del baile. Un tratado de baile. Un recorrido de emociones, anhelos, un duende hecho baile. Un formato que no da a más que de sillas enfrentadas en la distancia. ¿Y para que más? La satisfacción de llenar tan diáfano espacio con tan poco es difícil, muy difícil. Barón se rodea de los suyos. Miguel Ortega y José Valencia dan el todo. Dos voces que Javier tiene a cada lado de sus hombros y que le sugieren, le aconsejan. Dos demonios cantaores. Y así cualquiera se inspira. La complicidad de cante y toque enaltece cada lance, cada tercio, y cuando aparace Javier...., apaga y vámonos. Resulta más que significativo que quepa tanto en tan poco. Un frasco lleno de esencia corpórea, una fragancia que se inhala hasta el final.
Métaforas aparte, la propuesta es más que sencilla. Toca tal cantidad de estilos, de palos flamencos, que podrías perderte en ellos. Javier recorre el abanico de cantes con nexos que delatan un profundo conocimiento del flamenco. Si el cante fue un regalo de Miguel Ortega, en forma de fandango de Lucena y del Yerbabuena, las malagueñas chaconias fueron a parar a Valencia. Trilla, mirabrás, alegrías de Córdoba, tangos de Málaga, seguiriyas y un sinfín de cantes. Hasta veintiocho. Enumerarlos todos sería interminable. Y el toque de Javier Paino y Ricardo Rivera con una guajira, de categoría.
La maestría de Javier coreografía cada tercio, lo engrandece, un ritual con la única regla de su baile, complejo por su sencillez. Una danza intachable. Un manantial de sabiduría. Una soleá apocalíptica. La sentencia de un baile hecho para dos voces. Y esas voces se hicieron baile.