Las confesiones de María
Pagés recorrió su vida profesional en un simulacro de búsqueda interior que dio como resultado una obra trabajada pero poco intensa
Actualizado: GuardarMaría Pagés ha querido recoger toda una carrera en lo alto de los escenarios y plasmarla a modo de autorretrato artístico, elaborando diferentes pasajes que conforman la vida de una bailaora, sus inquietudes, sus vivencias, en resumen, una biografía más o menos detallada de los pasos que María ha ido dando hasta llegar al lugar que ocupa.
Las bases sobre las que se asienta el espectáculo son bien sencillas; una mirada al pasado, a sus inicios, a tantas y tantas horas de ensayos frente a un espejo que siempre la mira y no la deja.
Apertura por soleá
Es con el baile de la soleá con el que nos abre la puerta a su vida, recordando una letra grabada por Camarón de la Isla allá por el 1971, en variante de apolá; El espejo en que te miras/te dirá cómo tu eres... Y la secuencia arrastra a Pagés al local de ensayo. Alumnos y compañeros comparten miradas cómplices en las coreografías frente al cristal que devuelve las imágenes. El siguiente paso es la creación y montaje de un baile. El elegido, la farruca.
Simpático juego del ratón y el gato, entre María y su proyección ficticia en el espejo, que la sigue, la imita, y hasta la chulea. Un espejo burlón y travieso que la sigue y la abandona a traspiés.
El violín de David Moñiz supervisó la escena convirtiéndose en observador en la distancia. Con una escenografía menos cargada de lo que nos tiene acostumbrados, sólo unos marcos dieron forma al cuadro de baile con poses antiguas, estáticas, y la voz de José Saramago en su lengua natal recogió a una María que en ocasiones se hacía repetitiva en sus movimientos bracísticos. Más pasajes de su trayectoría con telón musical de martinetes nos devuelven la estampa infantil con cánticos a modo de nana, con letra de Miguel Hernández. El paso a esos trajines que conllevan la vida del artista, la vida frenética de viajes, camerinos etc... pone el punto álgido a la noche con tanguillos recitados por ella, con letras resultonas. El zapateado de la compañía al completo vuelve a reiterarse en demasía. Nos devuelve a las escenas anteriores, que no llegan a convencer. El tiento da paso al tango, y éste recurre a la tarara como expresión oral, y de nuevo el baile de María revoca a un nuevo pasaje de su vida.
Alegrías al cierre
El método al que recurre para estacionarse en su punto y final vital son las alegrías. Ella elige una manta/mantón que la oculta, esconde su cuerpo hasta que sus brazos lo desprenden de sí. Un resumen vital y artístico que no deja de ser una declaración de intenciones, a pesar de adolecer de algo que dote a la obra de más inquietudes que las de unas fórmulas coreográficas ya conocidas. Por otro lado este espectáculo es eso, una recogida de los frutos que ha ido sembrando a lo largo de su trayectoría.