CALLE PORVERA

Economía doméstica

La tan cacareada crisis nos ha convertido a todos en unos pseudo expertos en economía. El euríbor, el valor del dinero y el precio del barril de petróleo han pasado (o casi) a sustituir el manido tema de conversación sobre la persistente lluvia de este invierno en los ascensores. «La cosa está regular», repetimos una y otra vez con cara compungida.

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Así, me resulta de lo más curioso observar determinados comportamientos de las personas a la hora de administrar sus recursos, por ejemplo, con la alimentación. Un ejemplo de esto es que, según la experiencia de comerciantes de pequeñas tiendas de barrio, se pueden vender más fácilmente las frutas y verduras cuando están caras que cuando su precio baja. Al principio, yo tampoco lo entendía. Son las paradojas de la economía doméstica.

La razón que me dan es que cuando ese alimento está barato es porque hay mucha producción y está por todas partes. Ya no llaman tanto la atención las fresas cuando las cajas están amontonadas por doquier como cuando solo hay unos kilitos relucientes en el estante que parecen decir lleváme a casa, como si los fueran Rodolfo Langostino de lo verde.

Otro de los comportamientos también muy típicos es el de creer que si la marca Pepito es más cara es porque es mejor. A veces la ecuación sí que es válida pero otras muchas, el razonamiento brilla por su ausencia. En esto han contribuido de forma decisiva las famosas marcas blancas, fabricadas por las originales y envasadas, en muchos casos, por los supermercados que las venden. Y ahora todos presumimos de que no somos marquistas, jejeje. Ninguna operación bursátil al más alto nivel iguala a la economía doméstica.