Editorial

Resultados de cambio

Los resultados de las elecciones en el País Vasco y Galicia han dibujado un nuevo panorama político cuyas consecuencias rebasan los límites de ambas comunidades autónomas. La consumación del cambio en la comunidad gallega y las posibilidades que se abren para un relevo en el Gobierno de Vitoria que resultaría histórico después de tres décadas de poder ininterrumpido del PNV remarca en primer lugar la vitalidad del electorado en ambas autonomías, que han desembocado en un escrutinio que en el primer caso supone el desalojo del bipartito del PSOE con los nacionalistas del BNG a favor del PP de Alberto Nuñez Feijóo y, en el segundo, la apertura de un proceso de negociaciones en el que hoy por hoy la victoria de Juan José Ibarretxe, pese a su contundencia, resultaría insuficiente para conservar la presidencia si los populares y el partido de Rosa Díez suman sus escaños al PSE. El escrutinio de anoche no pudo establecer con nitidez el color del Gobierno que pueda surgir en Euskadi de estos comicios, que dependerá sin duda del diálogo que se emprenda a partir de hoy mismo. Pero el hecho de que el PNV no cuente con una mayoría absoluta de corte nacionalista y el propósito manifestado anoche por Patxi López de postularse para lehendakari en la sesión de investidura reduce las posibilidades a un pacto de gobierno entre socialistas y populares o a un arreglo de última hora entre socialistas y nacionalistas. El revés sufrido por los socialistas en Galicia a manos del PP y el aguante electoral que ha mostrado éste en el País Vasco, convirtiéndose en una formación decisiva, podrían contribuir a que se superen buena parte de las resistencias socialistas a una entente con los populares para el gobierno de Euskadi. La posibilidad de la otra combinación dependería de un cambio tan drástico de rumbo en la estrategia nacionalista que, atendiendo a las desavenencias que se mantienen en su seno entre el posibilismo y el soberanismo, resulta difícil que fragüe en tan poco tiempo de manera creíble para sus hipotéticos socios socialistas.

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El resultado electoral ha confirmado tanto el agotamiento de la fórmula del tripartito liderada por Ibarretxe con EA y EB, toda vez que ha sido el propio lehendakari en funciones el que ha fagocitado a sus socios de Gobierno. Pero también ha hecho imposible el rescate del proyecto soberanista que el inquilino de Ajuria Enea se había empeñado en llevar adelante con una precaria minoría en la Cámara de Vitoria y los apoyos interesados de la izquierda abertzale hoy fuera del Parlamento por efecto de su ilegalización. Es más, las urnas han reconducido la política vasca hacia la centralidad que había perdido desde que el PNV optó primero por Lizarra y luego por los sucesivos planes de Ibarretxe. Ahora corresponde a los electores. Pero antes que nada corresponde a los partidos políticos establecer aquellas alianzas que garanticen la gobernabilidad de la comunidad autónoma. Desde este punto de vista, el hecho de que los apologistas de la violencia hayan sido judicialmente excluidos de la liza electoral hace que cualquier combinación deba ser igualmente respetada desde un punto de vista democrático, lo cual no quiere decir que cualquier combinación sería idónea frente a los grandes retos que tiene ante sí Euskadi. Las elecciones autonómicas situaron ayer la política vasca en puertas de un cambio inexorable cuya naturaleza concreta deberá ser definida, fundamentalmente, por los tres partidos que han obtenido más escaños en el Parlamento: PNV, PSE-EE y PP.

La posibilidad de cambio en Euskadi equilibró la noche electoral para el PSOE, que sufrió el primer gran revés de la presidencia de Rodríguez Zapatero al perder el Gobierno de Galicia. La imposibilidad del bipartito de retener el Ejecutivo arrebatado al PP hace cuatro años pone de manifiesto que socialistas y nacionalistas han sido incapaces de consolidar el cambio en torno a una mayoría de izquierdas y de progreso. El resultado subraya la equivocación de Touriño al optar por agotar la legislatura con la crisis en ciernes, pero sobre todo supone una seria advertencia para el presidente del Gobierno sobre los eventuales efectos que las dificultades económicas pueden estar ejerciendo sobre sus opciones electorales. El hecho de que el PP haya logrado recuperar la Xunta y sostenerse en Euskadi pese a la fuerte polarización de voto registrada entre el PNV y los socialistas vascos en un momento tan delicado como el que rodea al partido por las investigaciones de los casos de corrupción evidencia que el suelo del que disponen los populares resulta más compacto que lo que darían a entender las turbulencias vividas internamente; al tiempo que subrayan los límites a los que se enfrenta el PSOE para tratar de ensanchar su insuficiente mayoría. El cambio en Galicia y el carácter decisivo de los votos del PP en el País Vasco para propiciar el desalojo del nacionalismo no sólo dan motivos sobrados de alivio para Mariano Rajoy. También aleja la sombra del cuestionamiento de su liderazgo no sólo por la óptima cosecha de votos en dos comicios presentados casi un examen agónico, sino porque ésta ha sido lograda por dos candidatos afines a las posiciones que hoy representa el líder de los populares.