APARCAMIENTOS. Los conductores encuentran en este vial un lugar cercano al centro para poder aparcar sin tener que pagar el ORA. / JAVIER FERNÁNDEZ
Jerez

La vía que daba paso a la antigua Asta Regia

Con el nombre actual desde el siglo XVI, se denominaba oficialmente con anterioridad Callejón de Asta

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La antigua calle Asta es un hervidero. Sobre todo en días laborables. Bien porque a alguien se le ha estropeado el coche, quizá porque es hora de pintar la casa y hay que comprar material o bien porque se ha estropeado esa batidora que nos regalaron cuando nos casamos. Todos estos servicios -y algunos más- se puede encontrar en esta calle que nace en La Plata y llega a la desembocadura de Santiago. Nada menos. Torrente de coches que llegan hasta el Arco para repartirse en la calle Ancha, la calle Taxdirt o El Muro. Pero Asta es la que hoy nos ocupa y despreocupa; pues visto lo visto, tenemos calle para largo.

La historia de la ciudad hace referencia a esta calle comentando que antes se le denominó Callejón de Asta. Tomó este nombre por ser el comienzo del camino a la pedanía de Mesas de Asta. Asta Regia, interesante población que fue neolítica, tartésica, romana, visigoda e islámica.

Ya en el siglo XVI hay documentos que detallan directamente la denominación de esta travesía jerezana. Y en 1700, en la esquina con la calle San Francisco Javier, existió un gran monumento en forma de túmulo o pabellón dedicado a la adoración de la Santa Cruz. Dicho monumento estuvo en este emplazamiento hasta finales del siglo XIX -concretamente en el año 1894 fue el derribo- y era conocido como La Cruz de los Carreteros por convertirse en el lugar de entrada y salida de los caravaneros, arrieros y porteadores.

Taller

Ahora nada se parece a lo que fue la calle en siglos pasados. Los cascos viejos de bodegas que todavía quedan se usan ahora como talleres de coches. Está Gandolfo con su taller de chapa y pintura y, justo al lado, el taller de mecánica general de Francisco González Villalba que lleva desde el año 1973 dándole vueltas a los motores. Llama la atención una pared del taller donde hay unos veinte carteles de Semana Santa. El Desconsuelo, La Yedra y La Piedad Sin embargo, no huele a incienso y sí a grasa y a aceite. «Aquí somos muy cofrades. Y no tenemos más porque se nos vuelan cuando llega el brusco levante», comenta Villalba. Al otro lado, la cartelería prosigue pero en este caso la taurina. Se convoca a la afición a un festival en El Bosque y una corrida de toros en Ubrique.

Seguimos hablando con Francisco. Más de Semana Santa que de coches, la verdad. Mientras, un taxi nos enseña los bajos sin pudor alguno porque está colgado en un puente de elevación. «Soy de la Hermandad de La Piedad», prosigue el mecánico. Nos cuenta que hace ya algunos años -en la década de los ochenta- se llegó a reparar el antiguo paso de la urna del Santo Entierro. «Entonces no iba con costaleros. Nosotros le pusimos el chasis de un Ford, el volante de un 4L y la dirección de un 127», narra Villalba con gracia. Y para que el piloto del bólido fuera bien cómodo, un sillón que sobraba en el pabellón deportivo del Ruiz-Mateos.

Son las anécdotas secretas de la Semana Santa. Las historias que se guardan en lugares tan castizos y jerezanos como el taller de Villalba en la calle Asta. En la calle no se para. Justo en la esquina con la calle Lechugas está el bar Granada. Chapado. Parece que todos se han ido a esquiar a Sierra Nevada. Sin embargo, al otro ala de la calle, Diego Carlet ha abierto su bar El Rincón de Asta. «No me digas si el apellido es catalán. Lo parece, pero mi padre era de Alcalá de los Gazules», aclara. El bar está especialmente preparado para los desayunos matutinos de los negocios de la calle y, cuando las obras van bien, comidas para maestros albañiles y yeseros que se apresuran para comer pronto, bueno, bonito y barato, y meter mano por la tarde. «Ahora, ya ves, la cosa está fatal y se dan muchas menos comidas. Pero aquí andamos luchando todavía», relata Carlet. La máquina está lista para lanzar los cafés y el mostrador preparado para tirar las cervezas que desearía Diego. Lo malo es que entre el deseo y la realidad anda un trecho.

La batidora

Bajo el flamante edificio Residencial Parque Santa Anta, hay un cartel donde se prohíbe el juego y la estancia a cualquier persona ajena a la comunidad de vecinos. Advertidos quedamos. La tranquilidad parece respirar en el interior del bloque. Justo al lado hay un parque. Era el lugar donde estaba una antigua bodega de Zoilo Ruiz-Mateos que estuvo un buen puñado de años abandonada. Después vino un derribo y más tarde un parque y un bloque donde se manda no jugar y no estar a quien sea ajeno a la comunidad.

Nos percatamos de la cantidad de público que está entrando en una tienda. Se trata del nuevo Quirós. El conocido negocio de José Fernández Quirós que estaba en el número once de la calle Francos y que desde hace año y medio está en la calle Asta. «Aquí estamos mucho mejor. Mucho más directo y además el cliente puede aparcar un momento y entrar en la tienda», comenta Quirós.

Si existe una batidora que se resista, o un tostador que no tueste, o más bien se trata de un televisor que se resiste a coger la segunda cadena, ahí está el negocio de Quirós. Pequeños electrodomésticos y reparación de los mismos. Que nadie piense que Quirós ha cerrado definitivamente. Lo podemos encontrar en la calle Asta. Un profesional que lleva más de treinta años arreglando todo lo que se le ponga delante.

La calle sigue tomando cuerpo. Mucho tráfico y vecinos que van y viene de La Plata a Santiago. Cuando llegue la noche, no se escucharán los rugidos de las motos de los más jóvenes cuando acudían a la recordada discoteca Tamarawa. Un garito donde iban a parar los chicos y chicas de la generación de los ochenta. También el Tamarawa debía de aparecer en un artículo dedicado a la calle Asta. Las broncas nocturnas que se liaban cuando los humos del alcohol se subían son dignos de olvidar. Pero se quiera o no, también formó parte de una década de jerezanos que hace veinte años se sentían y eran jóvenes.