JUAN JOSÉ IBARRETXE

El triunfo de la voluntad

A Juan José Ibarretxe uno le prestaría las llaves de su coche nuevo, le confiaría la custodia de un maletín lleno de dinero, le dejaría a solas con sus hijos y le permitiría acompañar a casa a su novia. Es un hecho contrastado: Ibarretxe puede caer bien o mal, pero transmite una poderosa impresión de rectitud. Parece un hombre de fiar, un tipo rigurosamente honrado. Lo que nadie en su sano juicio haría es invitarle a una fiesta que aspire al éxito, llevárselo de copas o pedirle que cuente un chiste tronchante. Porque la paradoja que encarna Ibarretxe consiste en que parece un hombre de fiar, pero al mismo tiempo no parece exactamente un hombre.

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Su marcada personalidad se cimenta sobre valores admirables y ligeramente antipáticos: seriedad, esfuerzo, determinación, sacrificio, sobriedad, disciplina, trabajo. También conocemos algunas de sus costumbres: se levanta a las seis de la mañana, come con frugalidad y sin sal, apenas bebe, se divierte pedaleando por escarpados puertos de montaña, sigue tomándose en serio los consejos de su abuelo y su pueblo natal, Llodio, le parece un lugar apasionante donde vivir. Su mayor extravagancia conocida consiste en coleccionar recetas de sopas de ajo. Es todo envidiable y perfecto, pero también parece demasiado para una sola persona.

Es por eso por lo que Ibarretxe transmite una insalvable sensación de lejanía. Probablemente eso le extraña y le disgusta, porque él parece convencido de que es alguien de lo más corriente. «Yo, además de lehendakari, soy Juanjo»: es una de esas frases terribles que suele pronunciar cuando trata de mostrar su lado humano. Detrás del político de primer nivel acostumbrado a pelear duro y sobrevivir a batallas externas e internas, detrás del hombre que acabó con Imaz y fue al Congreso a defender el llamado derecho a decidir de los vascos, hay un Ibarretxe almibarado, casi naif, que siempre califica a sus hijas universitarias de «maravillosas» y suele referirse a su mujer, Begoña Arregui, con quien lleva más de veinte años casado, como Begotxu.

Probablemente Ibarretxe es un animal de despacho al que las circunstancias han colocado en el centro del escenario público. Los focos no le gustan y con el tiempo ha ido construyendo su propio personaje: un eficiente gestor incomprendido que lleva un anillo de goma en el dedo corazón de la mano izquierda y alegra la solapa de sus trajes con relucientes insignias metálicas.

Su carrera política comenzó en 1983, cuando obtuvo la alcaldía de Llodio. Es ya un cliché recordar que tuvo que enfrentarse a las terribles inundaciones de aquel año y que lo hizo con éxito. Dos años después de llegar al Parlamento, se hizo cargo de la comisión de Economía y Presupuestos. En 1995 Ardanza le nombró vicelehendakari y consejero de Hacienda y Administración Pública. Poco a poco le fue otorgando más responsabilidades y llegó a ser algo así como un 'lehendakari' por delegación. Sin embargo a Ibarretxe le costó aceptar el cargo porque por entonces tenía pensado viajar a Estados Unidos para hacer un curso sobre el funcionamiento de las administraciones públicas, uno de los temas predilectos de este economista licenciado en Sarriko.

Ibarretxe es un miembro del PNV algo atípico. Su pensamiento económico está más cerca de la socialdemocracia que del liberalismo y es un católico escasamente practicante. Quienes le conocen afirman que Ibarretxe es un gestor brillante, un trabajador incansable y un negociador que puede llegar a ser invencible.