Unas horas de Carnaval
La magia de la copla en la calle compensa el creciente quiste de la noche del primer sábado y la regresión vivida en el Falla
Actualizado:Ahora viene toda esa letanía de balances oficiales sobre el Carnaval, todas esas de-claraciones que incluyen siempre números raros y palabras como «rotundo» y «éxito». Pero la verdad de cada cual camina por otro lugar, a otra hora, porque el análisis real de la fiesta del sitio al que pertenecemos tiene mucho de vivencia renovable, infancia comparada y víspera eterna... términos que sonarían ridículos en una rueda de prensa.
De poco valen las conclusiones de asociaciones, partidos, autores, sindicatos, policías y vendedores de bocadillos. Especialmente en este caso, que tiene tantos testigos. Si hablásemos de algún evento académico, institucional o político, apenas habría diez gaditanos que pudieran dar una opinión basada en el acto de presencia. Pero tratándose de nuestro rito más popular, de la fiesta callejera de la palabra, todos tenemos nuestras conclusiones propias, recogidas durante paseos que no podemos delegar, ajenas a cualquier interpretación o comentario de terceros. Conviene intercambiarlas, por más que resulte cansino, quizás repetitivo, por más que se pueda discrepar con gente a la que se admira.
DESCALIFICADOS
Hay que renovar el debate, cada año, sin faltas ni excusas, por más que crezca el desprecio de los que tratan de rechazar cualquier discusión sobre el Carnaval. Los que así actúan, los que fingen creer que es perfecto y autosuficiente, ocultan un enorme desprecio, en muchos casos genético, por unas coplas y unos rituales que les resbalan por bajunos. Esos nunca han sentido esa pena incalificable, esa soledad cósmica que trae el anochecer de hoy, el pequeño fin del mundo que es el domingo de piñata. Les guían la comodidad, el esnobismo y la indiferencia. Cuidado con seguirles el juego.
A esos supuestos defensores del Carnaval, no les conviene discutir o, sencillamente, jamás caminan por esta ciudad y les da igual lo que le pase. Mucho más les resbala cómo se divierta o cómo festeje su memoria colectiva. Esos indiferentes intentan achacar a los demás su propio vicio y tratan de confundir crítica con rechazo a la fiesta grande de nuestro pueblecito; preocupación con desprecio a la ciudad o sus habitantes.
Para dejarlos a un lado, como la paja del grano, basta recordar que polemizar sobre el Carnaval precisa de una dosis de interés y cariño que ellos no tienen. Los que lo desprecian de verdad pasan todos los fines de semana en un chalé lejano, jamás se han interesado por compartir un rato de coplas y copas con los amigos ni tienen el menor interés en la supervivencia o muerte de esta tradición mágica. Hecho este distingo, el Carnaval que hoy muere deja algunos puntos para la nueva discusión.
SÁBADO NOCHE
La noche del primer sábado se ha convertido en un problema grave. Quizás el único serio de organización en nueve días de fiesta multitudinaria, lo que no deja de tener mérito. Minimizarlo o negarlo sólo contribuye a que se vuelva crónico, a que pueda extenderse. No es achacable a ninguna persona, a ninguna institución concreta. Para abordarlo, antes de lamentar algo más que la fuga o el encierro masivo de lugareños asustados, conviene intentar detallar el conflicto.
Lo primero es determinar si el caos que se vive, sólo esa noche, en Cádiz es un problema concreto de esta ciudad y esta fiesta o sucede algo similar en otros lugares, en otras fechas. Habría que detectar lo que únicamente ocurre aquí y así saber lo que debemos y podemos mejorar. Los que creíamos que parte del problema era la falta de actos en la calle, nos equivocábamos. El problema va más allá. Antes de discutir qué ofrecemos en la calle durante esa velada tendríamos que poder pisarla.
Hay que renovar algunos límites que se han difuminado bajo la suela del papanatismo progre y que, al parecer, en otras fiestas se respetan incluso en las peores noches. Por ejemplo, podemos acordar todos que el que lance un botellazo o invada una vía del tren, reciba una denuncia, con multa severa. Luego, hay que aplicar el acuerdo.
Conviene recordar que los grandes damnificados de este monumental y creciente carajal son los más modestos y vulnerables residentes o trabajadores del casco antiguo, los que no pueden elegir irse a la casa de campo ni al hotelito de la Sierra, los que tienen que llegar por narices hasta su casa o su puesto de trabajo sin alternativa, soportando un nivel de broncas, orina, transporte bloqueado y agresiones gratuitas que supera cualquier tolerancia. Muchos de los que minimizan este asunto, ni siquiera lo conocen. Dejarlo pasar porque se trata de una sola noche (el caos no dura ni 24 horas) es abandonar a esos vecinos y, quizás, dar cancha a que esa confusión entre la bendita transgresión y la repugnante agresión gane hueco en el calendario. Sólo son unas horas de Carnaval, nos decimos. Igual hay que preocuparse, simplemente, para que siga siendo así, para que no tengamos que decir «sólo es un día» o «sólo es un fin de semana».
CONCURSO RETRO
Otro de los grandes bloques, el Falla, ha mostrado preocupantes síntomas de regresión y aislamiento. Algunas agrupaciones se aferran al lamentable recurso de hablar (para hacer bromas o sangre) unas de otras, lo que resta interés para el sector mayoritario de público al que le importan un pito de caña sus piques. El nivel de crítica y compromiso desciende. Y, como vasos comunicantes, los recursos facilones de mentar a personajes de la tele, provocar lástima con los muertos e, incluso, el bochorno de reclamar la pena capital ganan presencia, quizás a sabiendas de la falta de espíritu crítico de un público dispuesto a aplaudirlo todo. Para colmo, a varios grupos de postín ni se les entiende la letra, de la cantidad de voces raras que hacen.
Los pocos alicientes de este año, los estilos alternativos de chirigota, los que defienden que comparsa y tristeza nunca son sinónimos se han topado con el rechazo. La experiencia de Los enteraos, Los mákina y Los trasnochadores lo demuestran. Parte del público y el jurado regresaron a 1979 de repente.
A la vista de lo que se ha premiado y aplaudido este año, bajan las ganas de encender tele y radio los próximos.
BENDITA CALLE
Por más que haya dificultades concretas durante 12 horas del primer sábado, por más que el Falla ilusione más o menos según épocas, el prodigio esencial sigue intacto. Da igual que el programa oficial tras la Final sea muy similar al de hace 20 años. La calle sigue sana, fuerte y libérrima. La copla de Los Versalles a Bibiana Aído, por sí misma, lo muestra. Las dificultades del Carnaval callejero, las pegas que encuentra ese contenedor (un relicario que dirían los del Noly) de tradición oral, están asociadas al crecimiento, como en el resto de apartados de la fiesta. Hasta los romanceros piden preselección. Pronto lo harán las chirigotas que no van al teatro. Bendito problema.
Conviene oír a intérpretes y seguidores de estas coplas sin filtro. No hay que confundir libertad con abandono. Reclaman algo de protección, de ayuda para reservar zonas, librarlas de coches, de meadas y botellones. Lo último resulta muy complejo. El resto se puede tratar con previsión, funcionarios y dotación de urinarios. El ambiente que generan a su alrededor aún es prodigio de convivencia, complicidad e ingenio pero puede resultar ingenuo pensar que se autorregulará siempre. La eliminación de los molestos altavoces, hace un par de años, lo demuestra.
Quizás se trata de darle vueltas a esas pocas horas que nos empiezan a dar miedo a todos. Quizás ha llegado el momento de tratar de dar prioridad a las horas prodigiosas en las que escuchamos las coplas que nos reconcilian con lo mejor de esta ciudad. Para lo bueno y para lo malo, ya se sabe, son unas pocas horas, pero nos llevamos todo el año pensando en ellas. Como debe ser. Como dios (Momo) manda. Que no se nos pase.