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Sociedad

Sobre el sarcasmo y la crítica política

Estas fiestas favorecieron la aparición de letrillas críticas y subversivas que sirvieron para ensalzar el valor y la entrega de los españoles que luchaban contra el enemigo francés

HILDA MARTÍN ILDAMARTIN@telefonica.net hilda-hilda-lapepa.blogspot.com
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En aquellos días de Carnaval, celebrados o no por la contienda, debieron aparecer con más carácter crítico y político que nunca, letrillas y poemas subversivos, encontrando en la guerra temas y argumentos apropiados para exaltar y hacer oír los ánimos encontrados de la población ocupada.

Canciones, poemas y letrillas que junto a dibujos irreverentes nos muestran los más indignos sentimientos del emperador francés y que sirvieron para ensalzar el valor y la entrega de aquellos españoles anónimos que unidos lucharon contra un enemigo común. Unir a esta ferviente muestra popular de rechazo, bailes de máscaras y frenesí en las calles es alto arriesgado, pero entiendo que en el verdadero origen del término Carnaval, subyace desde tiempos remotos la idea de la crítica y del sarcasmo desde la parte oculta de un disfraz.

Parece que el Carnaval, proveniente de Italia, estuvo admitido en España desde 1605 y en pueblos y ciudades permaneció hasta el reinado de Felipe V que lo prohibió volviéndose a reanudar con Carlos III en 1715.

Mesonero Romanos en sus Escenas Matritenses y pintores como Goya en su famoso cuadro El entierro de la sardina nos indican la importancia que cobró en el siglo XIX.

Familias de comerciantes italianas como los de Paoli, Bianchi, Soprani o Rossety que afincadas en Cádiz buscaban un lugar bien comunicado con África, aportaron a la ciudad de Cádiz elementos e influencias de ciudades como Venecia y Génova. El monopolio conseguido por la ciudad en el comercio con América, la enriqueció de tal modo que el lujo en la celebración de sus carnavales no se diferenciaba de las grandes ciudades italianas como Venecia, Roma o Niza. Máscaras o caretas, vistosos disfraces, jeringas de agua, caramelos arrojadizos (confetis) fueron asimilados como algo propio.

Algunos historiadores alegan que la costumbre de lanzar agua, nació cuando los lugartenientes trataban de mantener encendida una vela, mientras caminaban por las calles durante el martes de carnaval. Aquellos que lograban mantener encendidas sus velas, hasta que aparecieran los primeros destellos del amanecer atraían la buena suerte.

Muchos venecianos suspicaces consideraban que la suerte no merecía ser distribuida equitativamente, por eso buscaban astutamente apagar las velas de sus semejantes.

Junto a esto, llegaban ritmos americanos como las habaneras, tangos y colombianas que esclavos negros entonaban en la ciudad. Mientas los bailes de disfraces se convertían en el eje social de las fiestas para las clases más pudientes.

La máscara permitía romper el orden social, la condición social de las personas desde el anonimato permitía el enfrentamiento, se criticaba y satirizaba a la sociedad y la autoridad, todo recrudecido por el enaltecimiento que provocaba el consumo desmesurado de vino y comida.

El temor a los desórdenes provocados por las clases populares en las calles llevo a decretar normas y prohibiciones que pudieran acarrear conflictos.

«Decreto: En todos tiempos permitirá el Gobierno las diversiones de música, bailes y demás honestas entre cualesquiera clase de persona proporcionalmente, para el recreo distracción de sus tareas y ocupaciones; pero en ninguno las que puedan traer perjuicios de quimera, degradación o escándalos; por dilación podrán tenerlas las familias en sus casas, la de sus parientes o amigos o conocidos los días de Carnaval según la costumbre antigua y general del Reino, siendo con modo, orden y decoro en expresiones y acciones sin embriagarse ni cometer excesos.

En consecuencia, ni de día ni de noche, dentro de las propias casas o calles podrá persona alguna sea de la clase o condición que fuese, andar con alboroto, ni música, solo ni en cuadrilla, echar agua por balcones, ventanas o azoteas, polvos o sacos, poner lo que vulgarmente llaman largalos, estopas encendidas, dar golpes con vejigas, hacer fuegos o artificios pueriles, imprudente o rusticas y de resultas desagradables, bajo la pena de diez días de cárcel y veinte ducados de multa, indistintamente si es varón, con las demás que hubiese lugar a proporción de las circunstancias, edad y perjuicios que cause, y si es del otro sexo, igual responsabilidad a los daños y diez ducados de multa.

No duda S E del celo de los caballeros Comisarios de Barrio en el desempeño de sus comisiones se servirán como siempre en los días y noches del Carnaval, rondar por sus cuarteles, para que sus recomendadas representaciones contengan los frecuentes desórdenes, imitándoles sus cabos como corresponde al cumplimiento de sus deberes, dando cuenta oportunamente de cuanto ocurra y sea digno de pronto remedio. Imprimase y fíjese en los sitios públicos. 24 de Febrero de 1808. Manuel de Lapeña.»

El lema de esta festividad era vivir y dejar vivir. Todo lo que ordinariamente estaba prohibido, en ese momento se permitía. Dentro de las casas de familia, las barreras sociales que diferenciaban a amos y criados desaparecían, teniendo prácticamente licencia para decir y exponer a sus señores verdades que podían resultar incómodas. Las leyes y los cargos públicos eran caricaturizados, se incitaba al baile desenfrenado y a todo tipo de placeres. La Iglesia se oponía, monarcas y ministros lo prohibieron, otros lo permitieron pero todos lo reprimieron.

«Sabemos de muchos que bailan de manera tan grosera con sus actos y sus gestos, que nunca podremos hablar bastante de su insolencia. En nuestros tiempos se practican en el baile excesos tan indecorosos, como jamás hemos visto, ni oído. Igualmente, salen a relucir bailes que nunca han sido costumbre anteriormente y de los que no nos admiraremos lo suficiente. Tales son, por ejemplo, el baile de los pastores, el de los labradores, la danza italiana, la de los nobles, la de los estudiantes, la de la olla, la de los mendigos. En resumen, que si fuera a enumerarlas todas, tendría para una semana. Por otra parte, vemos individuos groseros que bailan de forma tan puerca e indecorosa, que lanzan a lo alto a mujeres y doncellas y estas se exhiben por detrás y por delante hasta las ingles, es decir, que se les ven sus hermosas piernecitas blancas o sus botines negros o blancos, a menudo tan llenos de mierda y sucios que uno no puede menos que escupir (...), por no hablar de las canciones putañeras indignas y degradantes que se cantan y que incitan al sexo femenino, al impudor y a la lujuria». Rolf Hellmut Foerster.

La justicia social que se intentaba implementar en aquella festividad era la contrapartida del poder opresivo que ejercía la burguesía sobre las clases más humildes. Esta especie de justicia popular prefiguraba un instrumento de control social frente a las arbitrariedades de los más poderosos, bajo el anonimato del enmascarado. Los carnavales no sólo fueron divertimentos folclóricos, en los cuales reinaba el jolgorio, sino que también abrieron el camino a la crítica política.

Sin lugar a dudas, la situación de ocupación y sitio del país, promovió la aparición de cantos e himnos en los que aunados militares y paisanos integraron un pueblo en armas. Dirigidas a Napoleón como endiablado individuo que sometía a todo un pueblo, al ejercito francés que ultrajaba mujeres indefensas y cometía las peores abominaciones contra los españoles. Letras al idealizado Fernando VII, que como símbolo entronizado del patriotismo español todo se le excusó y se le perdonó.

De estas composiciones, muchas escritas por grandes músicos y poetas como Arriaza y Fernando Sor , y otras que surgiendo del espíritu contrariado de los vecinos de los pueblos aplastados por la fuerza, estaban llenas de dolor y de rabia, lo mismo que de graciosa y sarcástica ironía. Muchas de estas composiciones y letras de ávida crítica política sonaron con fuerza sobre todo en los días de Carnaval. Con las imprecaciones, se mezclaban las chanzas de los cantares predominantes humorísticos muchos de ellos iniciados por los gaditanos. Esta manifestación musical espontánea resultó estimulante para los valores patrióticos que acompañadas por pasquines, caricaturas y carteles en los que la realidad del momento se mostraba de forma ingeniosa, pudieron circular por las calles de las ciudades en estas fiestas.

Goya retrató en El Entierro de la Sardina un tema popular (el Carnaval) en el que las dos figuras centrales que aparecen en el cuadro van disfrazadas de aristócratas; el estandarte es el personaje grotesco que resume el carnaval. El origen del Entierro de la Sardina comienza a celebrarse sobre la mitad del siglo XIX, en que un grupo de estudiantes de Madrid, reunidos en la Farmacia de San Antón, resolvieron realizar un cortejo fúnebre presidido por una sardina, simbolizando el ayuno y la abstinencia, para así revivir el festejo carnavalesco que se celebraba en Madrid el Miércoles de Ceniza.

Si bien se ha explicado el origen de esta fiesta a mediados del XIX, consideran que en sus orígenes, al iniciar la Cuaresma se acostumbraba a enterrar un costillar de cerdo (al que denominaban sardina), significando la prohibición de comer carne. Otros investigadores opinan que el Entierro de la Sardina se realizaba para lograr abundante pesca.