Siempre son los vándalos
Después de la Noche de los Cristales Rotos que vivió Cádiz el pasado fin de semana, he oído más de un comentario echando la culpa a «los de fuera». A esa gente que viene armada con palos, navajas y martillos, a liarla, aún antes de haber tomado la primera copa o el primer lo que sea. No es una postura propia de Cádiz. El término «vándalo» que originariamente aludía a un pueblo germánico procedente de Escandinavia, ha pasado a ser sinónimo de cafre, salvaje, gamberro o directamente idiota. Esos son los de fuera. Pero nosotros tenemos nuestros propios bárbaros. Todos los tienen. Las fieras sin domesticar que aparecen en la fiesta de cualquier ciudad o pueblo no son patrimonio exclusivo de Sevilla, Málaga o San Fernando. Se producen en cualquier rincón de este país y de los otros, salvo en los que viven en dictadura y tienen miedo de que en vez de una multa, le metan dos tiros. Lo que ocurre es que el comportamiento de la gente cambia cuando siente que nadie le juzga o que el que va a hacerlo no le conoce de nada y por tanto lo que diga no tendrá ninguna incidencia en su vida.
Actualizado: GuardarEsperar buen juicio de una pandilla de veinteañeros que tienen a su libre disposición porras, navajas, alcohol y drogas a discrección es ser más inocente que Heidi. O tal vez habría que decir que la señorita Rotenmeyer, que creía que por ajustarse sus binoculares y dar dos chillidos podía controlar a la concurrencia.
En la misma noche del sábado en que pandillas de jóvenes andaban empastillados en un coche tuneado, con la música a tope y bates y martillos en el maletero, una furgoneta de los antidisturbios de la Policía Nacional paraba a una joven motorista, que llevaba su casco y conducía a una velocidad moderada. Prendieron las luces y le pidieron que se echara a un lado de la calzada.
«Señorita -le reprendieron-, ¿sabe usted que le faltan los retrovisores de la moto?» El agente no añadió más pero por su mirada severa, la joven pudo intuir que a la próxima, no se lo perdonarían.