Coherencia ecológica
Chipiona ha dicho sí a una central eólica marina de 10.000 megavatios frente a sus costas, cuyos molinos no se verán desde sus playas porque estarán más allá de la línea de horizonte, aunque puede que sí desde la Alameda de Cádiz. El proyecto del grupo Magtel, elaborado en colaboración con la Universidad de Cádiz y participada en un 5% por el Ayuntamiento no ha levantado hasta el momento ninguna oposición ciudadana, aunque el PP local haya votado en contra por «falta de trasparencia».
Actualizado:En las raras noches sin bruma, en la Bahía de Cádiz se vislumbra un horizonte hacia Medina (al este), contaminado por decenas de luces rojas intermitentes que coronan los molinos de viento que se han levantado en los alrededores. Y en los últimos meses, la opinión pública de la Janda se ha polarizado fuertemente a favor o en contra de las nuevas instalaciones de centrales de energías renovables, molinos o huertos solares, que contaminan el paisaje tradicional, amén de la ya larga lucha contra la instalación de parques eólicos marinos frente a la costa de Tarifa, Barbate, Vejer o Conil.
En definitiva, la provincia de Cádiz está en el ojo del huracán de la polémica sobre las energías renovables por ser tan pródiga en ellas. Y es importante que la reflexión sobre ellas alcance a una opinión pública que puede ser manipulada fácilmente con banderas de diferente color hacia posiciones integristas tanto de defensa a ultranza del paisaje primigenio o de un purismo medioambiental angelical. El panorama ideológico suele ser confuso porque el asunto es complejo y los propios partidos políticos generan contradicciones diciendo aquí digo y allí diego, cambiando de criterio dependiendo del municipio o de donde sople el viento de la movilización popular.
El fondo del asunto es que todo desarrollo, cualquiera que sea, tiene unos costes medioambientales, y también las EA los tienen. La modificación del paisaje, el ruido, la mortandad de las aves, los posibles peligros para la pesca, etc. No hay una energía totalmente limpia; usarla, nos mancha. Sólo que es tan poco comparado con el desastre medioambiental de las térmicas, los hidrocarburos, el carbón o las nucleares, que cualquiera que posea una mediana conciencia ecológica, no puede negar su desarrollo. La cuestión es cuál es el precio a pagar y cómo se reparte. Ni se puede decir sí a cualquier proyecto que pone en riesgo otros recursos, como podrían ser los parques marinos frente a Trafalgar, ni se puede decir siempre no a cualquier mácula en el paisaje, aunque sea el de la infancia de uno. Como en tantas otras cosas, el diálogo es la alternativa más lúcida, y la planificación territorial una exigencia de simple lógica. Puede que este momento de crisis ecológica y económica que amenaza con el fin de la moratoria nuclear sea el momento de relanzar un diálogo entre administraciones (local, provincial y autonómica) con participación de los colectivos ciudadanos.
Pero hay que exigir coherencia, por lo menos a quienes se posicionan ideológicamente en la izquierda, como han hecho valientemente los ecologistas. Hay un montón de demagogia populista mezclada con cierta ingenuidad o romanticismo que en nada ayuda a clarificar el espeso panorama. A quienes sólo invocan la ética de la responsabilidad (nucleares), hay que reclamarles la de las convicciones, que contra su torticera interpretación, es compatible con la primera.