Primera autopsia de la crisis ISIDORO TAPIA RAMÍREZ CONSULTOR. SOLCHAGA RECIO&ASOCIADOS
La crisis económica internacional, la más grave del último medio siglo, dejará imborrables huellas en los próximos años. En primer lugar, la más dolorosa, el incremento del desempleo y la pobreza en los países que de forma más severa están sufriendo las dificultades. Llevará tiempo y esfuerzo recuperar los niveles de bienestar perdidos. Pero sin ninguna duda se logrará, porque las fuerzas innovadoras del mercado y el papel garante de los Estados han demostrado ser una fórmula de éxito para el crecimiento económico sostenido a lo largo de los dos últimos siglos. La reconfiguración, sin embargo, alcanzará muchos otros campos: el sector financiero, tal y como lo hemos conocido en los últimos años, seguramente no volverá a existir. Y en última instancia se modificará de manera decisiva la teoría económica, la manera en la que los gobiernos harán frente a las fluctuaciones futuras de la actividad.
Actualizado: GuardarEntre otros méritos, el keynesianismo supuso un gigantesco acierto sobre las causas de la Gran Depresión y sobre la forma de combatirla. En cambio, el catálogo de medidas que facilitará la salida de la actual crisis se encuentra todavía en un estado primerizo, en fase de prueba y error. En estas circunstancias, los economistas nos lanzamos ávidos a identificar los rasgos singulares de esta crisis, no como curiosidad académica, sino por la urgencia de encontrar un diagnóstico certero sobre sus causas. Y, por tanto, sobre los instrumentos más útiles para una pronta recuperación. Una de las primeras huellas que podemos rastrear sobre la naturaleza de la crisis es el mapa de los países que en esta primera oleada se han visto castigados con mayor virulencia. En este mapa podemos distinguir dos grupos: por un lado, aquellos países que durante los últimos años habían acumulado un elevado déficit por cuenta corriente, reflejo contable del intenso proceso de endeudamiento de los agentes que había tenido lugar dentro de sus economías. En este grupo cabría situar a EE UU, cuyo crecimiento previsto para 2009 lo sitúa el FMI en el -2,0%; Reino Unido (-2,8%); la mayoría de países de Europa del Este (-0,4%); y la propia España (-1,7%). La contracción en estos países responde básicamente a la purga de los excesos acumulados, mediante un proceso de desapalancamiento agregado de los agentes que estaría resultando doloroso en términos de consumo y transformación de las estructuras productivas. El segundo grupo de estados afectados, sin embargo, tiene un perfil distinto: la crisis ha afectado con especial intensidad a aquellos con matrices exportadoras. La producción en países como Japón, Singapur y Corea del Sur se ha ajustado de manera dramática en el último trimestre del año. Las estimaciones del FMI sitúan a las economías asiáticas industrializadas a la cola del crecimiento en 2009: el ajuste previsto es del -3,9%. Otros países con una importante matriz exportadora, como Alemania y México, también afrontan retrocesos significativos (del -2,5 y del -0,3%, respectivamente).
Esta dualidad en las víctimas de la crisis es una constatación, una vez más, de que los desequilibrios siempre tienen dos caras: el sobrendeudamiento es un problema tanto del financiador como del financiado. Pero al mismo tiempo, la dualidad tiene un rasgo singular, distinto de anteriores episodios de ajuste económico: las tensiones económicas en los países exportadores no se están viendo acompañadas de tensiones financieras. Sus Bolsas y monedas resisten relativamente mejor que las de los países del primer grupo. En cierta manera, se podría decir que el ajuste experimentado por los países exportadores es más propio de la época del patrón-oro: la caída se concentra en las variables reales, sin apenas incidencia sobre las variables monetarias.
Ello podría ser síntoma de la congelación de los circuitos financieros a nivel internacional, que estaría impidiendo el ajuste monetario en estos países. Si esta congelación es simplemente temporal, fruto del pánico financiero, esperaríamos que antes o después las variables monetarias siguiesen el mismo camino descendente que las económicas. En cambio, si la congelación tiene rasgos estructurales, sería seguramente la peor noticia derivada hasta ahora de la actual crisis internacional.