La furia mil veces contenida
El juego es así desde el comienzo de la democracia. Los agresores actúan de forma clandestina, pero su entorno de apoyo no se oculta. Al contrario, se ríen a la cara de las víctimas. ¿Cuántas veces hemos visto a los jóvenes cachorros del fanatismo etarra a la puerta de sus bares oficiales, burlándose y odiando a los que pasábamos conteniendo las lágrimas tras la muerte de un ser humano inocente?
Actualizado:Los espacios oficiales de los fanáticos nacionalistas no son secretos en el País Vasco. Ese joven que pasó años para arreglar un piso modesto donde pretendía convivir con su pareja rompió el gran tabú de la furia contenida de las víctimas. Fue después de ver su piso destrozado y después de observar la mofa de los cachorros del entorno que apoya y jalea a los asesinos. Cuando le desbordó la ira, se encaminó directamente a su local social.
El juego sigue así. Los jaleadores de los agresores se sienten indignados y muestran su poder, el que da el monopolio del gran miedo. Por eso encartelaron Lazkao amenazando a la sorprendente -y seguramente sorprendida- víctima furiosa. Al escribir estas líneas se manifestarán, sin duda, por las calles de la localidad guipuzcoana. No es improbable que toda una marea de odio se agite en la manifestación, pues está en juego el monopolio de la violencia y el poder fáctico del miedo tan cuidadosamente instalado en esos pueblos desde 1975, tal y como constata Florencio Domínguez en Las raíces del miedo.
Pues bien. Son tantos los aspectos tóxicos que imperan en la vida social vasca que cada conciencia podría pararse a pensar durante algunos minutos sobre lo que pasó en Lazkao. Sin furia, con calma, cada cual podría repasar cuántas veces ha agachado la cabeza ante el mundo de ETA, cuánta indignidad hemos tragado como sapos crudos y analizar tras ello si ha funcionado el liderazgo social e institucional frente al fanatismo. Y evaluar, después, también sin ira, si nos han enseñado a ser corderos o ciudadanos. Y finalmente, decidir, con lucidez, sin autoengaño, si se va a formar parte a sabiendas de la impunidad pública y tóxica que se desarrolla sin secretos ante nuestros ojos. Como ante nosotros se desarrolla la transmisión del fanatismo a nuevas generaciones de niños y niñas sin que medie el espanto de nuestros líderes institucionales. La sociedad vasca está enferma en lo más profundo de sus relaciones comunitarias. La furia de un ciudadano vejado ha levantado el velo. Podríamos cambiar el juego: sin furia, por supuesto, pero abandonando la pasividad y asumiendo algún tipo de compromiso personal y colectivo.