
Coplas para el cortejo
María Jesús Ruiz, José Manuel Fraile y Susana Weich recogen en 'Al vaivén del columpio' las canciones del ceremonial amoroso que rodeaba al rito del balancín
Actualizado: GuardarFranco no prohibió por casualidad el ritual del columpio. El dictador, puntilloso hasta el ridículo con la moral ajena, consideraba que -al vaivén de las bambas, entre mecida y mecida- señoritas y caballeros, mozos y mozas, aprovechaban la ocasión para eludir los rígidos protocolos sociales y cortejarse sutilmente. A pesar de su proverbial paranoia, de sus sospechas y recelos, el autoproclamado guardián de la virtud llevaba, en este caso, toda la razón.
Aunque para las generaciones más jóvenes está asociado casi exclusivamente a los juegos infantiles, el columpio fue, desde el siglo XVI, el centro de un complejo ceremonial amoroso y, aunque el paso del tiempo varió relativamente los modos, la costumbre de rondarse en torno al compás del balancín aguantó hasta bien entrado el siglo XX.
Ahora, los investigadores María Jesús Ruiz, José Manuel Fraile Gil y Susana Weich-Shahak presentan Al vaivén del columpio, un libro acompañado de un CD que acaba de editar la la UCA y la Diputación de Cádiz y que rescata los últimos testimonios orales de quienes conocieron, en persona, esta forma de cortejo.
El trabajo recopila una amplia selección de las coplillas, romances y versos que los enamorados se regalaban en las plazas, huertas, patios y jardines. «Se trataba de un ritual transgresor con las normas sociales, que contaba con sus propias reglas y que incluso se desarrollaba especialmente con determinadas épocas del año, en las que los estrictos preceptos morales parecían relajarse», cuenta María Jesús Ruiz. El ceremonial del galanteo arrancaba en el campo a partir de mayo y duraba hasta San Juan. «La estación del amor, la llamaban -explica Ruiz-, porque los jóvenes campesinos aprovechaban para conocerse y entablar relaciones». En Cádiz, el Carnaval se prestaba a «este rito de inversión, que encajaba perfectamente con la idea misma de estas fiestas como un momento en el que el control se relaja y es posible hacer cosas prohibidas o mal vistas en el resto del año, como tocarse o hablarse hasta el miércoles de ceniza».
Siempre era la mujer la que subía al columpio y el hombre el que la empujaba, y podía así «rozarla, cogerla por las caderas, hacerla sentir el vértigo, con todo lo que aquello tenía de atrevido y excitante». La conversación también debía de someterse a un discreto maquillaje en forma de indirectas, insinuaciones y, por supuesto, coplas. «Las había de todo tipo, desde las de ofrecimiento a las de desdén, pasando por los clásicos intercambios de pullas en clave de mofa, que alegraban a la concurrencia». El libro plantea un panorama general del rito del columpio «en toda la tradición hispánica, que se mantuvo vivo hasta la Guerra Civil». Para ello se han utilizado datos, encuestas y testimonios recopilados durante los últimos 25 años, así como grabaciones que datan de 1984.
También cuenta con un completo apéndice en el que se desgranan las referencias literarias o pictóricas al ritual del columpio que recogieron creadores desde el siglo XV en adelante.
Todo el empeño de una filóloga, un etnógrafo y una musicóloga al servicio de «una tarea ilusionante: intentar que todo el rico patrimonio oral de nuestra tierra no caiga en el olvido».
dperez@lavozdigital.es