Lujo y diamantes contra la crisis
Penélope Cruz triunfó en una noche retro con su ‘vintage’ Pierre Balmain de hace 60 años
Actualizado:Efectivamente, la cacareada austeridad en los Oscar de la crisis no fue sino un decorado de cartón piedra, como en las películas monumentales de Samuel Bronston. Algo virtual, diría yo, porque como siempre la pedrería de Chopard luchaba contra la de Harry Winston, los anuncios en el ‘telecast’ de la ABC salían a millón de dólares los quince segundos y hasta el menú de Wolfgang Puck en el Baile del Gobernador incluía pastel de bogavante, caviar y Moët, claro, para regar la endiablada salsa de wasabi.
Además, contrastes clásicos, Sean Penn subió su compromiso social a los asientos de una limusina de magnate y hasta los manifestantes que estaban en Sunset Boulevard dejaron la protesta para ver el show. Lógico, claro, porque en los Oscar se daba la madre de todas las batallas entre los palabra de honor y los asimétricos, o entre lo retro y lo moderno. Ganó lo retro, por supuesto, ya que si por un lado sobre el escenario triunfaba un Hugh Jackman al estilo del viejo Broadway y la calle 42, en la alfombra roja destacó el viejo sabor de la Haut Couture. Y no lo digo tanto por el ‘vintage’ de Penélope Cruz, gasa y bordados sólo ya en la historia artesanal y sentimental de la maison Balmain, como por los cortes clásicos o neoclásicos de algunas estrellas.
Disfraz de gigoló
Es el caso, por ejemplo, de Sarah Jessica Parker y su vestido al mejor recuerdo del ‘new look’ de Dior, esto es, marcando cintura como en los cincuenta, con mucho vuelo de gasa y con una perfecta arquitectura de conjunto. Lo mismo que Penélope, por muy aparatoso que fuera su ‘tailleur’ por delante y, más que nada, por detrás. Fantástica también Freida Pinto con su asimétrico azul de Galliano, un prodigio de proporción, elegancia o de adecuación a su piel de moreno oriental y a su pelo negro.
Algo que no entiende Anne Hathaway, cuya belleza natural o cuyo Armani Privé desentonaban con su palidez de clarisa no profesa. Bien igualmente el neoclásico de Rodarte lucido por Natalie Portman y el palabra de honor con lentejuelas y mucho tul vestido por Marion Cotillard, este último salido del atelier Dior. Más dudosa era, sin embargo, la innovación aportada en el asimétrico rojo y más rojo de Mouret que enseñaba Heidi Klum, aunque la señora de Seal tiene la suerte de estar bien con cualquier cosa.
Pero abundando más en la nómina del horror, la palma se la llevó el disfraz de sirenita lucido por Miley Cyrus, el lazo emergente que alguien hizo surgir al Prada de Jessica Biel, la abertura hasta la ingle en el Armani de Alicia Keys o los diez mil pliegues y tableados horizontales del Versace recomendado a Marisa Tomei. Una lástima también que los peinados de Angelina Jolie deslucieran el buen gusto de su Elie Saab o el esplendor de las dos colosales esmeraldas de Lorraine que colgaban de sus orejas.
Lo mismo que el divertido diseño de Stefano Pliati para Kate Winslet, un poco ensombrecido en su torerismo lateral por los kilitos de más. Y por no decir nada, claro, de la putada que le hizo Mickey Rourke a Gaultier, convirtiendo su esmoquin blanco en disfraz para gigoló de tarde y noche en Atlantic City. Depresión sólo virtual en los Oscar, en definitiva, vestida con una moda y una puesta en escena de nostalgia retro en la que hubo más palabras de honor que asimétricos y más lujo que crisis.