Ganancia de pescadores
Vivimos un momento de gran debilidad en el proceso de construcción europea. La herida abierta tras el fracaso del proceso constituyente puesto en marcha después de la última fase de acelerada ampliación tiene todavía un pronóstico incierto. Pero lo más importante es que nos enfrentamos a un evidente retroceso, en el plano simbólico, del discurso europeísta. En esta nueva etapa, las posiciones ya no están tan alineadas como hace unos años. Antes teníamos de un lado a los euroescépticos y de otro a los europeístas. La seña de identidad de los primeros estaba en su instinto nacionalista pero sobre todo en su realismo, en la visión puramente mercantil de los costes y beneficios de la integración europea, ponderados, caso por caso, con las ventajas y desventajas de adoptar una posición externa a la política común. Por el contrario, durante varias generaciones, los europeístas apelaban a los más altos ideales: la paz, la democracia y el bienestar de la Europa de posguerra.
Actualizado: GuardarNo es el caso de idealizar tiempos pasados, pero lo cierto es que el agotamiento del discurso europeísta más ingenuo ha despejado el terreno para un nuevo repliegue nacionalista y para el recurso a un nuevo lenguaje, que se presenta como hiperrealista, desinhibido, libre de la pesada retórica del pasado y que tiene, en realidad, una clara vocación populista. Europa ha irrumpido en la escena de la política cotidiana y ha dejado de ser un factor de estabilidad. Todos saben que la convergencia europea es inevitable, pero saben también que se ha levantado la veda para utilizar a Europa como trampolín para subirse a la ola del descontento social, en cualquiera de sus versiones. Para desmontar argumentos tan confusos como los de Vaclav Klaus se necesita probablemente una buena dosis de energía y, a la vez, de prudencia. Lo principal es que la respuesta no esté a la altura de la provocación, pues, cuando esto ocurre, los provocadores acaban ganando la partida.