El ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, tras la reunión de ayer con sus homólogos. / EFE
Ciudadanos

Bermejo no dimitirá porque debe «trabajar por España»

El PP exige cinco veces al ministro que se vaya «antes de que alguien cuelgue su cabeza como trofeo»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Fue una mañana de cazadores y corruptos en el Congreso. La sesión de control parlamentario al Gobierno casi se convirtió en un monográfico sobre la montería del ministro de Justicia con el juez Baltasar Garzón, un hecho suficiente para que, a juicio del PP, Mariano Fernández Bermejo dimita; los socialistas retrucaron con una petición a los populares para que no utilicen la afición cinegética con el único fin de tapar sus «marrones» de corrupción. Hasta cinco veces pidió la oposición la destitución del ministro, pero el aludido hizo oídos sordos y José Luis Rodríguez Zapatero bendijo su continuidad.

Abrieron el debate el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, pero lo suyo fue un cruce de petardos ante la artillería posterior. Mariano Rajoy sostuvo que las dos jornadas de cacería han acabado con «la división de poderes» y «la imparcialidad de la justicia», una razón indiscutible, en su opinión, para que Fernández Bermejo no siga ni un minuto más, y si no, «tiene que ser cesado (sic)». De no ser así, «usted (Zapatero) se convierte en el propio señor Bermejo». El jefe del Ejecutivo pidió a su interlocutor «sosiego, responsabilidad» y «no exagerar», recordó que el ministro ha admitido la inoportunidad de la excursión campestre y reprochó a Rajoy que acuda al Congreso a «plantear no los problemas de los españoles sino sus problemas». Y en cuanto a la destitución del ministro, «permítame que no le pueda dar satisfacción», dijo.

El plato fuerte llegó con el ministro de Interior y el propio Fernández Bermejo. Alfredo Pérez Rubalcaba acusó al partido opositor de que, «en su afán de tapar sus marrones», no haya dudado en «desprestigiar» a profesionales, como el comisario general de policía judicial, que también estuvo en la montería. El ministro de Interior, ya en medio de una bronca monumental de una y otra bancada, afeó a los populares que cazar es legal, pero «lo que no es legal es cazar comisiones en las obras públicas, lo que no es legal es espiar a compañeros de partido, lo que no es legal es hacer dossiers y circularlos».

«Desprestigio»

Pérez Rubalcaba respondía así a una pregunta del diputado popular Arturo García Tizón, quien sostuvo que tanto los casos de espionaje en la Comunidad de Madrid como la trama de corrupción no son más que «una nueva campaña de desprestigio» de los socialistas contra el PP ante las elecciones vascas y gallegas para «influir en el resultado» de las mismas, y quien mueve los hilos de la operación es el ministro del Interior. Para entonces, el griterío en el hemiciclo era infernal, al punto de que el presidente del Congreso, José Bono, tuvo que pedir silencio en una veintena de ocasiones.

Apenas conseguido un mínimo de silencio llegó el turno del titular de Justicia, quien se batió con tres diputados del PP. Federico Trillo pidió que dimita «antes de que alguien le cuelgue a usted como trofeo», frase premiada con una ovación de los suyos. Guillermo Mariscal alabó, con sarcasmo, el carácter «dicharachero y hablador» del interpelado para acto seguido acusarle de ser «la escopeta del sectarismo que nos dispara». Cerró la terna Juan José Matarí, que sentenció que Fernández Bermejo es «el peor» ministro de Justicia de la historia de España y que está «inhabilitado» para seguir en el cargo.

El destinatario del chaparrón aparentó no perder la compostura ni la sonrisa. «No me he sentido acorralado», diría después. Sólo al final de su intervención respondió a las peticiones para que se vaya. «Gustoso pagaré el precio. Yo no estoy atado aquí por nada personal, yo estoy aquí por un proyecto que voy a defender hasta el final. Y no dimito porque tengo que trabajar por este país. Hágalo usted (por Matarí) también, no le vendrá mal». Palabras que pusieron de pie a los diputados del PSOE, que aplaudieron frenéticos al ministro, al que despidieron al grito de «torero, torero».