Opinion

Política

Hubo hace tiempo un país cuyos pobladores tenían en sus venas la más brava sangre del mundo, y no escatimaban cuando de derramarla (propia o ajena) se trataba. En aquél entonces los que se dedicaban a la política lo tenían claro; estaban para el pueblo, porque de lo contrario el pueblo se ponía muy serio y el pueblo mataba moscas a cañonazos.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Aún quedaban cosas inconcebibles, uno sabía, político o no, que si se metía en según que esferas del individuo, el individuo te abría en canal con todas las de la Ley, o incluso sin ninguna de ellas.

Pero ha pasado el tiempo y el pueblo ya no quiere ni hablar, por no molestar; por que no le toquen el cocido, o porque todo le resbala ya. La política no puede estar mas envilecida, el político no necesita espíritu de sacrificio pues no sirve a los demás; algunos quedan, no digo que no, capaces de abandonar cuando les repugna aquello que han de secundar; pero la mayoría buscaba su parcela de poder y riqueza, la tienen y la quieren conservar.

Cuando hoy nos roban no hacemos ruido, porque si no también nos roban la protesta; si yo quiero gritar contra una guerra, vendrá un politiquillo de alguna plataforma (por supuesto oficiosa) y pondrá colores a mis gritos, y dirá que son los suyos y los dirigirá contra quien le plazca, hará suya mi protesta en los medios; pero yo tan sólo gritaba contra la guerra, él sólo quiere que su cabecilla y no otro sea quien robe, quien nos lleve a la guerra. Para él la guerra es un instrumento favorable que, en manos de otros, sirve a su propósito en contra de aquellos.

Y el pueblo soberano pasa soberanamente. Tenemos democracia y la empleamos forófamente, podemos cambiar las cosas, pero votamos de hígado «viva er Betis manque pierda», somos los pardillos de la libertad, los mas ignorantes seres que sobre el mundo poseen derechos. Cuándo aprenderemos a hacer uso de ellos?

Ojalá resucite el espíritu, la mala leche del españolito del siglo de oro. Ojalá dejemos de callar.

Manuel Pablo Robledo Torres. Cádiz