La guerra de las coplas
Actualizado: Guardarl mundo interior del Carnaval anda un tanto desenfocado y revuelto. Año tras año, sus protagonistas, principales artífices de la fiesta, en nombre de la copla y en las coplas, sacan a relucir su hacha de guerra cortando cabezas a diestro y siniestro sólo por unos efímeros puntos, sin importarles nada, con el más absoluto desprecio, hacia sus compañeros contrincantes en el noble oficio de copleros. La guerra de las coplas ha estallado y el carnaval, tarde o temprano, se resentirá de éste innoble ejercicio en uso. En todo oficio, en todo deporte, en todo acontecimiento, al rival o contrincante hay que guardarle una consideración ordenada y respetuosa, flexible, justa, noble y civilizada. Máxime si esos rivales son sus amigos de la vida, sus compañeros de penas y fatigas, sus adversarios que, como él, (ellos) luchan y trabajan por mantener viva esta tradición. No son de recibo esas letras barriobajeras dirigidas a sus oponentes por el aplauso fácil. Dios me libre de enjuiciar ni dar mi opinión sobre cualquier letra; ninguna, ni una sola, antes opino de Teófila, que es más rentable. Desde siempre les he tenido una alta consideración a mis amigos y compañeros copleros y jamás he caído en el insulto a ninguno de ellos, ¿a ninguno! Y menos hacer reproches de aspectos humanos. Eso roza el rizo. Es verdaderamente lamentable y triste que se ocupe el espacio de un pasodoble para hablar públicamente con sucia ironía de un compañero. Cada uno es como es. Nadie ha escogido en un menú cómo debe ser y comportarse ante los ojos con glaucoma de la sociedad. Que nadie se raje las vestiduras. Porque todos tenemos un postigo por donde asomarnos. Nadie es perfecto. Y menos en una fiesta que, si no se remedia a tiempo, se convertirá en todo menos en carnaval. Al menos en Carnaval de Cádiz con mayúscula. Y como decía Paco Alba: Tiros por aquí, tiros por allá. Pero yo tranquilo con mi tatachín, no me meto en ná.