El general y la cigüeña
Actualizado: GuardarUsted y yo sabemos que El Principito es una birria literaria importante. Sin embargo, describe una escena que durante años le ha parecido que encierra una significativa enseñanza a pesar de que a primera vista parece una tontada. Resulta que había no sabemos qué personaje que se empeña en que alguien haga algo que no puede hacer. Y no porque haya decidido no hacerlo, ni por desidia, ni por incapacidad o ineptitud. Simplemente, el interpelado no tiene posibilidad de llevar a cabo lo que le piden. Y si no era así, pudo y debió serlo. La cuestión es que el autor ilustra el caso con un general que le pide a un soldado que se transforme en cigüeña. El narrador plantea entonces el dilema. Si el soldado no acomete la metamorfosis solicitada, ¿quién es el culpable de que no se lleve a afecto? El mílite no puede más que quedarse estupefacto ante la orden. Su férreo sentido del deber le lleva a desear tener el poder de llenarse de plumas, adelgazar las piernas, transformar los brazos en alas y la boca en desafiante pico. Pero no puede. Sin duda, es el general quien se equivoca al pedir imposibles. Él es el único responsable de que su propia orden no obtenga su debido cumplimiento.
En estos tiempos de vacas flacas, los amos de Occidente piden al pueblo que haga sacrificios para salir del apuro, de este atolladero que ellos -o sus antecesores, que eso poco importa a los mortales como usted- han propiciado o permitido. Son bastantes más que unos cuantos los que han amasado ingentes fortunas cuando las mansas rumiantes engordaban en pastos de ladrillos y productos financieros incomprensibles. Le regalaron a usted una moto y ahora le exigen que pague por ella el cuádruple de su valor. Debe usted sacrificarse, le dicen. Pero usted sabe que ese sacrificio no es razonable. Es usted una naranja. Y una mano canalla le ha abierto en canal y le lleva al exprimidor.