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CULTURA

Flamenco ‘made in Asia’

Zigor Aldama Yokohama / shanghai |
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A las siete y media de una lluviosa tarde de invierno, Yokohama es una ciudad silenciosa y fría, donde hasta los rascacielos buscan cobijo en las nubes bajas. Por eso sorprenden el taconeo y los alegres ‘olés’ que brotan de un pequeño portal en una calle del centro. Los pocos viandantes que se aventuran por la acera se acercan con la curiosidad dibujada en el rostro, y ponen la oreja en la puerta. En el sótano del edificio, Shiho Hatano La Gambita suda pasión. Da palmas, grita y ondea su falda con una gran sonrisa y fuego en los ojos. Su media docena de alumnas copia a la perfección los movimientos de la profesora, pero las facciones de estas seis jóvenes niponas mantienen una inexpresividad rígida. «Es complicado conseguir que transmitan emociones con la mirada», reconoce Hatano, «La cultura japonesa se basa, en gran medida, en lo opuesto a la de Andalucía, cuna del flamenco. Aquí nos marcan pequeños detalles y los silencios, y estamos acostumbrados a tragarnos los sentimientos».

Quizá por esa misma razón el flamenco triunfa en Asia. Sólo en Japón, el país del continente donde la música española por antonomasia levanta más pasiones, hay casi 3.000 academias y tablaos, y en torno a 100.000 alumnos, un número mayor que el de la propia España y que confirma al país asiático como el principal mercado de esta música, por delante incluso de su lugar natural.

«Este arte nos hace diferentes», comenta Mina Takeuchi, una de las alumnas de La Gambita. «Llegamos a clase y nos quitamos el estrés que produce la estricta normativa social de Japón. Podemos gritar y bailar, sin miedo a que nos consideren bichos raros». Curiosamente, en las clases de Hatano existe un claro predominio de mujeres. «Están sometidas a mayor presión social y en clase pueden ser ellas mismas. Además, muchas academias sólo admiten hombres», explica la profesora, de 41 años, que estudió el baile durante cuatro años en España, y que actualmente tiene incluso aprendices españolas en su pequeña escuela de Yokohama.

La historia de La Gambita es la de muchas amantes del flamenco de ojos rasgados. Tenía 27 años y trabajaba en la universidad cuando decidió buscar un hobbie que le permitiera ponerse en buena forma física y liberar tensiones, «lo mismo que hacen los occidentales que se apuntan a yoga o tai-chi». Una conocida la invitó a un espectáculo en un tablao de Tokio y Hatano quedó maravillada. «Combina elementos de India, por el origen de los gitanos, y árabes, por la Historia de España. Me pareció algo muy exótico y no tuve ninguna duda de que, para aprender bien el baile, tenía que ir a España».

Lo dejó todo y se plantó en Sevilla, donde se formó de la mano de Concha Vargas. «Me interesa el flamenco puro, nada de inventos y de mezclas modernas». Le emocionan el cante jondo, el flamenco de Jerez y Carmen Ledesma. Y no tiene reparo en asegurar, en un chocante español con acento andaluz, que «Farruquito será un gran bailaor, como su padre, Farruco».

Japón adora la guitarra

El interés de Japón por el flamenco no es nada nuevo. De hecho, el primer espectáculo llegó al Imperio del Sol Naciente en 1929, de la mano de Antonia Mercé La Argentina. Pero fue el desembarco en el archipiélago de Carlos Montoya el que dejó a los japoneses fascinados con el embrujo de la guitarra española. En la década de los 60, la llegada de Antonio Gades supuso la conmoción definitiva para el público nipón, que ya comenzó a desplazarse a nuestro país para aprender in situ el arte del flamenco, en el cual Japón ya cuenta con nombres de relevancia, como Kenzo Takada, Hideo Takahashi, Shoji Kohima, o Yoko Komatsubara.

Poco a poco, esa afición por las palmas y el taconeo se ha ido extendiendo a otros países desarrollados de Asia. Se multiplican los espectáculos en ciudades como Singapur, Seúl, Shanghai, Pekín, Bangkok, Hong Kong, Manila y Taipei. Además, chinos, taiwaneses y coreanos superan ya en número a los japoneses que se trasladan a España para introducirse en el mundo del flamenco. «En gran medida, eso sucede porque los japoneses ya tienen la posibilidad de aprenderlo en su tierra, con grandes maestros», apunta Shiho Hatano. «Esos países siguen los pasos del nuestro, y terminarán teniendo una importancia similar», augura.

En Filipinas, por ejemplo, después de tres décadas de trayectoria por España y Estados Unidos, Clara Ramona está peleando con éxito para formar un cuadro estable de artistas locales, guitarritas y cantaores de cante jondo. El resultado es Yerbagüena, un grupo que incluye al primer vocalista filipino, David Endroga. «Cuando le oigo por seguidillas y soleares me reafirmo en que los filipinos tenemos el flamenco en la sangre y debemos hacerlo brotar», comenta Ramona.

Nacida en la localidad filipina de Quezón City, Ramona emigró de niña a Estados Unidos, país natal de su padre, y se casó allí con el bailaor y coreógrafo español Ramón de los Reyes. Fue entonces cuando descubrió su pasión. Desde entonces, se ha dedicado a la composición de flamenco-fusión, y a llevar la música a la ex colonia española. «En Asia les encanta el flamenco. Japón es, por supuesto, el número uno, seguido de Taiwán y de Hong Kong. Es un territorio virgen donde trabajo desde hace cinco años y con muchas posibilidades», explica.

Su hijo, Isaac de los Reyes, sigue los pasos de sus progenitores, y fue considerado un niño prodigio del flamenco. En su análisis, descubre algunas diferencias entre la manufactura de España y la de Filipinas. «El flamenco es básicamente una danza de hombres, como demuestran los grandes nombres de su historia, pero en Filipinas el público quiere ver bailar a mujeres, ya que generalmente se relaciona el baile con el género femenino». Ramona asiente. Las mujeres filipinas, según dice, se ven atraídas por el carácter masculino del flamenco ya que «les da la única oportunidad de sentir que están al mando».

Mestizaje

El flamenco también impregna la música de grupos locales de estilos muy diferentes. Es el caso de Euphoria, una banda japonesa de post-rock que acaba de lanzar su tercer álbum. Shota Sato, el bajo, explica por qué han incluido acordes flamencos en varias de sus composiciones. «Es una música muy querida en Japón, que tiene un toque étnico único que se puede adaptar a cualquier melodía». Así debe de ser, a juzgar por los aplausos que levantan los acordes españoles en el pequeño garito underground de Tokio en el que concentran a sus seguidores.

Sin duda, el flamenco mestizo gusta en Asia. Los componentes de Euphoria no están solos, y cada vez son más los grupos locales, desde los de punk chino hasta los de ‘hip-hop’ surcoreano, que incluyen en sus canciones sonidos prestados del flamenco, uno de los símbolos españoles más reconocido en el continente asiático, para introducir en ellas un elemento exótico. «El flamenco ya no es patrimonio exclusivo de España, sino un elemento de éxito a nivel internacional, como el rock, que tiene en Asia un campo de acción muy interesante y lucrativo», comenta Sato.

Todas las alumnas de Shiho Hatano están de acuerdo. «El flamenco tiene algo mágico que nos resulta increíblemente atractivo, y no nos importa gastar un dineral para disfrutar de esta música, ya sea como alumnas o como espectadoras», dice Mina Takeuchi. «Es más que el sonido», añade Shijo Tajima, otra de las discípulas de La Gambita, «Es el vestuario, el escenario, los peinados...». El flamenco se ha convertido en un atractivo turístico de primer orden. Hace un par de años, las seis alumnas decidieron visitar Andalucía para beber de la fuente de esta música. «Fuimos a varios tablaos y nos impresionó la imagen de fuerza que tiene la mujer gitana», explica Yoko Yamamoto. «Yo quiero ser una mujer fuerte, que cuando tenga una familia no esté abocada a quedarse en casa como una ama de casa con estudios superiores y la capacidad de desarrollar una carrera profesional. Puede que no sea el caso de las gitanas, que sé que están muy apegadas a la familia, pero, sin duda, el flamenco me ayuda a crear esa personalidad».