Bodrio televisivo
Actualizado: Guardarn acto tan sencillo y gratificante como debería ser sentarse delante de un televisor y disfrutar de un partido de la campeona de Europa se ha convertido por arte y gracia del progreso en un verdadero tormento. Comunicar ya no es lo que era y si no, observen a dónde hemos llegado en las retransmisiones de fútbol. El set televisivo se convierte en una especie de torre de Babel donde el comentarista tiene tiempo para ejercer de casi todo. Narra el encuentro, nos martillea con la programación del canal, nos alienta a ganar un buen puñado de euros y asiste absorto al recital de frases ingeniosas con las que sus compañeros compiten por ser el más gracioso. Visto el panorama, poco le queda que añadir al invitado de turno que, continuamente, ve interrumpidos sus comentarios por el autobombo que se da el narrador con la serie que ha batido récords de audiencia. Al cuarto de hora de partido, uno comienza a intuir que la mejor solución -para no echarse a llorar- pasa por quitar el sonido, pero entonces te das cuenta que, en estos tiempos de crisis, hasta la pantalla se reduce con unos faldones publicitarios y que también hay hueco, en mitad de una jugada, para insertar el careto del ingenioso comentarista a pie de campo. Qué tiempos aquellos en los que la falta de presupuesto y tecnología obligaban al periodista a trabajar en la soledad de la cabina y todos nos enterábamos bastante mejor de lo que sucedía sobre el rectángulo de juego. Se ha pasado de la información pura y dura a convertir todo lo que rodea a una gran cita deportiva en un circo; circunstancia que provoca la proliferación de payasos, como ya pudimos constatar y sufrir en la semifinal del Open de Australia de Tenis. Y es que hemos llegado a tal extremo de indecencia mediática que cualquiera sirve para ponerse delante de una cámara y convertir un atractivo partido de fútbol en un sucedáneo de teletienda.