LA RAYUELA

Chorreando tinta

Hay días en que parece que los periódicos han cerrado las redacciones tan tarde que la tinta llega a los quioscos fresca y se tiene la sensación de que es imposible leerlos sin mancharse los dedos, como un papelón de pescaíto frito en los Gallegos. Las primeras se componen con tipografía inusualmente gruesa y abundantes fotos que relegan el debate sobre la crisis en el Congreso o el plan de Obama a pequeñas reseñas laterales. Los periodistas tienen que hacer horas extra para dar cuenta de los nuevos desmanes o corruptelas y buscar en los archivos fotográficos el careto de tanto caradura.

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Como en política las casualidades son las menos, es razonable especular sobre la relación entre la sorda batalla por el control de Cajamadrid y el olor a podrido que comenzó a extenderse desde la Puerta del Sol y ya va por Castellón. La lucha entre los cachorros del gobierno de Aguirre por el control de los compromisarios destapó la guerra de los dossieres, que comenzó por unos espías chapuceros a los que por lo visto nadie controlaba y siguió por el destape de las adjudicaciones a dedo a empresas de la familia, compañeros de partido o amiguetes de bodas y viajes pagados al contado. Detrás esta la despiadada guerra por el poder en la calle Génova de una derecha dura, dispuesta a acabar con el experimento gaseoso de un partido de centroderecha: el cóctel está servido.

Con los dossieres volando en todas direcciones no le ha debido ser complicado atrapar alguno al juez Garzón, que ha irrumpido espectacularmente, como es su estilo, comenzando a llamar por su nombre a algunos de los muchos que se han beneficiado ilegalmente de los contratos y recalificaciones que la Ley del Suelo del Gobierno Aznar o los planes urbanísticos de la Comunidad Valenciana han propiciado.

Los poderosos olvidan pronto la necesaria prudencia con las «amistades peligrosas», esas que siempre se arriman como benefactoras al partido gobernante ayudándole desinteresadamente a aliviarse de su pesada carga financiera. Y ya se sabe que comienzan invitando a unas cañas y enseguida le hacen padrino o testigo en la boda de la niña, o al revés. Y todo queda entre amigos, que es lo bonito. La cosa puede comenzar con una comidita en el Lhardy, unas entraditas de palco, trajes de Armani o un safari por África. La cosa es empezar.

En otras circunstancias la izquierda no supo, pudo o quiso distinguir entre la responsabilidad política y el tardío dictamen de los jueces y terminó pagándolo muy caro. A la derecha sin embargo casi siempre le han salido gratis las corruptelas; es más, se puede llegar a pensar en casos como el de Alhaurín el Grande o Castellón que algunos votantes premian unas irregularidades de las que muchos recogen sus migajas. Son los lodos de una sensación de impunidad que viene de lejos.

El ex-comandante Trillo pidiendo «decoro profesional» al juez que tanto aplaudían cuando no dejó personarse al PSOE en el caso Filesa, recusándolo ahora por «enemistad manifiesta» y su participación en una cacería conspiratoria con Bermejo (¿ja, ja!), organizada por el alcalde de su pueblo (del PP), es propio de La Escopeta Nacional de Berlanga. Tan burdo como montar otra teoría de la conspiración, matar al mensajero o esconderse en la tinta del calamar negando la mayor: que algo huele a podrido y no es precisamente en Dinamarca.