Cara a cara
Dirán que soy una frívola, que ya me han sorbido el seso los gurús de internet, que tengo que estar muy aburrida y que éste no es plan. Pero me da igual lo que me digan y no me duelen prendas al confesarlo: estoy enganchada al Facebook.
Actualizado: GuardarSí, ese invento de otro de esos chicos de oro norteamericanos que pasó de pubertoso postadolescente a joven multimillonario gracias a esta red social que en un principio pretendía conectar a los alumnos de su universidad, pero que hoy en día utilizan usuarios de todo el mundo cada día. Yo soy una de ellos.
Tardé en decidirme a abrir un perfil. No acabo de fiarme nunca de que en la red tengan tanta información sobre mí, y no es por mis datos personales (nunca soy demasiado explícita), sino porque gracias a esta herramienta que te permite agregarte o crear grupos de tendencias aquel que se interese pueda saber perfectamente con qué disfruto, qué música escucho, qué cine veo, cuáles son mis series preferidas, si de pequeña me gustaron los Playmobil, si La Hora Chanante es de mis programas favoritos o si soy fan del tío con skijama del anuncio de Gas Natural. No me digan, toda esa información en determinadas manos y con fines comerciales es un tesoro.
Pero decidí ser menos paranoica y disfrutar de las ventajas de un sistema que me ha permitido recuperar el contacto con viejos amigos (algunos se remontan a la primaria) a los que aún no sé cómo he localizado o me han localizado a mí en Facebook. «No puede ser», es la frase que más sale de mi boca cada vez que me conecto en casa y descubro en la pantalla del ordenador otro rostro amigo con el que ponerme al día y con el que contrastar si la vida que vivimos es la que dijimos que queríamos.