Tragedia tras el milagro del Hudson
Cincuenta muertos al estrellarse un avión en Buffalo, al noroeste del río donde hace un mes amaró otro aparato
Actualizado: GuardarLos milagros no pasan dos veces seguidas. El avión que se estrelló ayer al noroeste del Hudson no tenía un río debajo para amarar, sino que cayó en picado sobre una casa. De sus 49 ocupantes no quedaron ni las cenizas, como del hombre que veía la televisión en el salón de la vivienda hacia las diez y veinte de la noche.
Los vecinos recuerdan los gritos de su mujer y su hija, descalzas y presas de la histeria, cuando todavía confiaban en que saliera con vida, pero David Luce lo tuvo claro: «Inmediatamente supimos que nadie podía haber sobrevivido. Todo era una bola de fuego, con una explosión tras otra».
El piloto no tuvo tiempo ni de pedir ayuda. Las grabaciones de la torre de control revelan a un controlador angustiado al que de repente le falta un avión del radar y nadie le contesta del otro lado. Sus llamadas a otros aparatos que sobrevuelan la zona para que lo avisten tampoco dieron mejores resultados.
Media hora después, en el aeropuerto de Buffalo, una viajera recordaba haberse preguntado qué hacía tanta gente esperando pasajeros a las once de la noche. Nadie más llegó.
Sólo las dos cajas negras localizadas ayer podrán aportar alguna pista fiable de por qué el vuelo 3407 de Continental Connection se desplomó de pronto. El modelo Dash 8 Q400 de Bombardier era nuevo, pero las Aerolíneas Escandinavas dejaron de utilizar esa aeronave hace poco más de un año tras producirse tres incidentes en pistas de aterrizaje, según informaba ayer la cadena CNN.
Otros apostaban por problemas meteorológicos. Varios aviones de la zona habían comunicado problemas al acumularse hielo en las alas en una noche de nieve y granizo en la frontera canadiese. Buffalo, en la región de los Grandes Lagos, es el aeropuerto internacional más cercano a las cataratas del Niágara.
Aparentemente no había canadienses a bordo ni turistas en esta fría época del año, pero entre los 44 pasajeros había muchos que han luchado para marcar la diferencia en la vida de otros. Beverly Eckert, vicepresidenta de Voces del 11-S, que forzó la reforma de los servicios de inteligencia en el Congreso para evitar que se repitiera la tragedia. O Alison des Forges, historiadora y activista de derechos humanos que documentó la matanza de Ruanda e investigó las masacres de Congo y Burundi. Y Emma Daly, directora de comunicación de Human Rights Watch. Demasiados tesoros sociales en un aparato tan pequeño que repartió dolor por todo el país. Había hasta un piloto fuera de servicio que no tenía por qué haber estado allí.
Cinco minutos
Era el segundo gran accidente aéreo que vivía el estado de Nueva York en menos de un mes. El primero, con un resultado muy distinto, ocurrió cinco minutos antes de despegar de LaGuardia camino a Charlotte (Carolina del Norte), pero el pilotó realizó un milagroso amerizaje en las aguas del Hudson que salvó la vida a las 155 personas a bordo.
Al de ayer, que salió de Newark (New Jersey), le faltaban sólo cinco minutos para aterrizar en Buffalo. Nadie sobrevivió para contar la historia. El único milagro fue que arrasara sólo una casa, en un barrio idílico de suburbio americano donde la pesadilla pudo ser peor.