Encrucijada isrelí
Las elecciones del martes en Israel han dado lugar a un Parlamento atomizado, con doce grupos repartiéndose los 120 escaños de la Knesset, y a la victoria del Kadima de Tzipi Livni que bien podría reducirse respecto al Likud de Benjamin Netanyahu una vez sean recontados los votos de los militares y del cuerpo diplomático en el exterior. Como cabía esperar con anterioridad a los comicios, Israel se enfrenta de nuevo a su eterna encrucijada entre la moderación y la radicalidad, entre el diálogo y la dureza. Pero lo hace tras unas semanas en las que su sangrienta ofensiva sobre Gaza, emprendida en plena campaña, y el impacto de los cohetes palestinos que cayeron cerca de Sderat incluso el mismo martes han desplazado el centro de gravedad del comportamiento electoral hacia posiciones de la derecha nacionalista. Aunque la opinión pública se incline en las encuestas por un gobierno de concentración entre Kadima, Likud y el Partido Laborista, parece claro el propósito de Netanyahu de hacer valer su liderazgo sobre una coalición que agruparía a 65 parlamentarios frente a un centro-izquierda con 55.
Actualizado: GuardarSería una paradoja que cuando la comunidad internacional, tras la llegada de Barack Obama a la presidencia de EE UU, está tratando de dar paso a un período de distensión en los conflictos regionales y en especial en Oriente Medio, Israel acabe siendo gobernada desde posiciones que revisen incluso la política pretendida por la Administración Bush. Pero tanto la motivación de los electores como los cálculos post-electorales de las distintas fuerzas a la hora de formar gobierno responden en Israel a razones de equilibrios domésticos y a la endiablada espiral en que continúa atrapado su conflicto con los palestinos, y atiende muy poco al parecer de las cancillerías. En este sentido, los llamamientos de la UE para que el ejecutivo que resulte se comprometa con los esfuerzos de paz, o las gestiones que puedan estar realizándose desde la Casa Blanca en análoga dirección, sólo serán efectivos si coinciden con una fórmula solvente de gobierno que no haga suyo el tremendismo populista de Yisrael Beiteinu y su líder Lieberman, convertidos en factor clave para la gobernabilidad. De lo contrario Israel seguirá marcando su pauta respecto al problema palestino de espaldas al resto del mundo.