DESDE LA DISTANCIA. Dos palestinos fuman mientras siguen por televisión la jornada electoral israelí. / REUTERS
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«Es como ir al dentista»

Los israelíes afrontaron con pesimismo y desesperanza una jornada electoral en la que, en cambio, el mal tiempo acercó a los votantes hasta las urnas

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«Votar en Israel es muy parecido a ir al dentista. Los días anteriores lo piensas y te preocupa. Hay un dolor persistente que esperas que no se convierta en lo que temes. Te preguntas si merece la pena ir, incluso te dices a ti mismo que no vas a ir. Cuando lo mejor que crees que te puede pasar es que las cosas no vayan mucho más allá de cómo están... lo peor puede ser catastrófico. ¿Cuál es la diferencia entonces entre votar e ir a que te saquen una muela?»

La reflexión es de un ciudadano de Jerusalén que caminaba -decía que con una papeleta del Kadima en el bolsillo- rumbo a un colegio del barrio de Rehavia pasadas las diez de la mañana y con cara de ir al odontólogo. De hecho, la mayoría de la gente que a esa hora se dejaba ver por las calles semivacías de la Ciudad Santa -donde el día de los comicios siempre es martes y nunca se trabaja- coincidían en llevar cierto gesto de mosqueo en la cara, como si tuvieran una cita con alguien en quien no confían y estuvieran a punto de darse la vuelta para volver a casa. Lo dicho, cita con el dentista.

No acompañó el tiempo ayer en Israel. A falta de confirmar si los sondeos preelectorales han acertado en algo, la que sí dio en el blanco fue la previsión meteorológica. La lluvia, el frío y un fastidioso viento racheado hicieron más gris un día sin alegría. Las inclemencias complicaban la tarea de los pequeños ejércitos de voluntarios de los partidos que, paraguas en mano, se acercaban a los más ajenos para invitarles a votar por Tzipi o por Bibi y se ofrecían a acompañarles hasta las urnas. «Con mal tiempo, por lo menos la gente no dejará de votar por salir de excursión», se consolaba un analista del diario The Jerusalem Post.

Mejor participación

Sea porque no había planes posibles al aire libre o por aquello de que la incertidumbre animó a algunos a ir a los colegios, la participación fue un poco mayor del 63,5% de 2006.

«Gane quien gane, Israel perderá otros cuantos años sin paz, prolongando la miseria de las guerras y el odio... Es triste ver a este país caer en un radicalismo donde no habrá ganadores», se pronunciaba, pesimista, un abstencionista que rehusó dar su nombre, pero sí pronunció su sentencia: «Likud y Kadima, y todos son lo mismo».

«Los indecisos y los descreídos serán un instrumento de Dios, con sólo que se acerquen a votar. Él les ayudará de cualquier forma que sirva para cumplir las promesas de nuestro padre», animaba, como iluminado, desde una parada de autobús un religioso. El único en Jerusalén ayer que parecía que no salía del dentista.